Parece que estamos en época de reivindicaciones de género.
De apoyo y defensa de lo proclamado, lo establecido y creado por las personas
de nuestro mismo género con la intención de visibilizarlo, de darle normalidad
y de anteponer la discriminación positiva como arma de lucha activa en el siglo
XXI.
Es hora de descubrir y apoyar al cine hecho por hombres, la
política ejercida por ellos, la literatura masculina, la alta cocina o la
innovación en la moda llevada a cabo por exponentes del género varonil. También
de ensalzar los éxitos del deporte masculino, de los descubrimientos e
investigaciones pioneras en materia de ciencia así como la pintura u otras
artes escénicas como el teatro, de la mano de novedosos directores que rompen
con lo establecido y contribuyen al avance de la vanguardia.
Y entonces tenemos que ponernos a analizar el detalle, yendo
de la categoría general (por ejemplo, el cine o la literatura creados por
hombres) a la especificidad de cada uno. ¿Tiene acaso algo en común el cine
realizado por un director blanco europeo joven progresista y gay con el de uno japonés
superados los sesenta, heterosexual y conservador o con el de un excéntrico
director holandés inclasificable o tal vez con el de uno entregado a la causa
comercial del mainstream de Hollywood y las sagas multi vendedoras de cine para
consumo?
¿Acaso por el simple hecho de que todos ellos pertenezcan al
género masculino podemos colegir que existe una línea común de pensamiento,
actuación, oficio o entendimiento? Me aventuro a aseverar que la respuesta no
es tan simple. Más bien yo diría que es mucho más compleja. Probablemente los
cuatro ejemplos mencionados estarían en las antípodas unos de otros en su
propuesta audiovisual, su concepción de la cinematografía, de los temas que
abordarían y de la perspectiva desde la que lo harían. Si ya el ser humano es
complejo en sí mismo, cuando mezclamos otros parámetros que influyen en el
comportamiento, como pertenencia geográfica, étnica, religiosa, preferencia
sexual y tendencia política, nos sale una matriz de caracteres enorme que nos
llevan a concluir que cada hombre, cada escritor, cada director de cine, cada
investigador y cada político son un mundo en sí mismos.
No creo que sea posible extrapolar a todo el género masculino
lo que un determinado grupo (pequeño o incluso grande) realice o defienda. Si
yo mismo aplico esta extrapolación a mí mismo, puedo concordar al 100% con
determinados planteamientos y el 0 % en otros muchos, pasando por una amalgama
larguísima de puntos intermedios.
Dicho más sencillamente. No creo que exista algo que se
pueda llamar “literatura masculina” o “cine hecho por hombres” o “formas de
hacer política masculina”. Me parecería una hipersimplificación sin ningún
sentido.
Y ahora para terminar este relato-reflexión os propongo que
cambiéis en todo lo que habéis escuchado la palabra hombre por mujer, el
concepto masculino por femenino y los adjetivos terminados en o por los mismos
terminados en a y el artículo se convertirá en un calco de su esencia
fundamental.
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