Luisa necesitaba un milagro. Su pequeñita nació con una
malformación de corazón y requería un trasplante. La incertidumbre de cuándo
aparecería el donante la llevó a intentarlo todo, incluso rezar. Sin embargo,
los meses transcurrían y cada vez la salud de su hija se debilitaba. Por ello,
su cuñada organizó una alternativa: visitaría a la bruja Palmira. Luisa no
creía en esas cosas pero tampoco tenía nada que perder.
Llegó a Gran Vía, veinte. Miró el portal y pensó que se
trataba de un error. Aquello era el restaurante El Caldero Mágico. La fachada
era morada y de sus ventanas en forma de ojos colgaban lamparitas de ámbar con
forma de lágrima. Decidió entrar. Un camarero escuálido le pidió que escribiese
su más ansiado deseo antes de sentarse. Le pareció grotesco, pero aun así, escribió:
“Un corazón para mi hija”. Se sentó y
eligió el menú número cinco: Lo imposible no existe, se llamaba.
Una sopa contundente de calabacín y remolacha, seguida por carne estofada con
setas y tarta de chocolate y fresa. Para beber, jugo de arándanos con
ingrediente secreto. Aquello la animó un poquito, pero como no había encontrado
a la bruja, regresó. Al entrar en casa, ver a su hija llorando la resquebrajó,
pero entonces sonó el teléfono. La apremiaban a ir al hospital en una hora. Acababa
de aparecer un corazón para su hija, el de un niño fallecido en un accidente de
coche a la altura del número veinte en Gran Vía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Aguardo tus comentarios: