Me parece increíble. Yo, que soy algo tímido, cerrado en mi
mundo y con cierta dificultad para socializar. Que no expreso jamás mis
sentimientos en público, que adapto un carácter más bien frío, sajón, que por
momentos parezco poco amigable para así vencer ese nosaberbienquédecir cuando estoy con alguien que apenas conozco. Y
ese poco hablar presupone que no se me tiene que poder llegar a conocer
demasiado, al menos hasta que se me trata un tiempo.
Y sin embargo hoy, un nuevo colega, indonesio y con un
inglés macarrónico ha diseccionado mi carácter al día de conocerme. Me ha dicho
en plan colega que como yo hablo con voz suave, con tono tranquilo y sin
estridencias, parezco reflexionar bastante una idea antes de decirla y aunque
me cuesta hacerlo, cuando la tengo clara lo hago, para que podamos tener una
charla tranquila va a seleccionar un restaurante sin ruido. Me ha contado que
él es muy como yo. Que tiene una paciencia enorme, es flexible en casi todo lo
que trata y decide, le cuesta muchísimo alterarse o perder los nervios y, en
las pocas veces que le ocurre, consigue retomar la normalidad en apenas unos
minutos. Que le gusta la vida tranquila, la cotidianidad, el orden y la
responsabilidad. Y que además se conforma con que le digan un “te quiero” y no
un “ya sabes que te quiero”.
Nuestra conversación del último día me ha correspondido en
un veinteporciento por un ochentaporciento a él, que me ha contado y dicho, y
yo apenas he sacado temas comunes para que aquello no fuera un soliloquio. Y me
he sentido a gusto, cercano a alguien que acabo de conocer, como cuando se
viaja en silencio junto a un amigo con el que no estás obligado a hablar.
Desconocía hasta qué punto muestro esta transparencia a las
personas con las que me relaciono. ¿Ser transparente es acaso sinónimo de
autenticidad o de falta de personalidad?
Quiero creer que lo primero.
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