Valencia regresó este fin de semana a los conciertos con mayúsculas. Con un cartel a la altura, con la gente bailando de pie y con un lleno total.
40.000 personas han visitado los dos días de festival
celebrado en el marco de la Ciudad de les Arts de Valencia, un escenario idílico
que nos permitió disfrutar de la cultura de festival sin excesivas (aunque con
alguna) aglomeraciones.
FANGORIA fue el concierto al que acudimos toda la
familia. Ya lo habíamos hecho en Peñíscola, años atrás, con mis hijos todavía
infantiles, pero en esta ocasión la adolescencia campa ya a sus anchas y por
ejemplo la altura de ambos les permitía ya ver el concierto como dos adultos
más.
Alaska y Nacho ofrecieron un concierto equilibrado entre los
grandes éxitos de Alaska y Dinarama revisitados en el siglo XXI, más sintéticos
y menos melódicos y los hits de Fangoria de distintas etapas: Miro la
vida pasar , por ejemplo, parece ya un gran éxito del pasado y es que
han pasado casi veinte años de su triunfo. El público (entre ellos nosotros,
claro) se entregó en muchos momentos de la actuación de Fangoria, pero sin duda
los momentos más álgidos tuvieron lugar con Dramas y comedias,
con Espectacular, con Fiesta en el infierno y por supuesto
con la canción final acompañada de traca de fuegos artificiales de ¿A
quién le importa?
Yo, como fan incondicional, me quedo con momentos de menos
brío mediático y extasiado del público pero mucho más personales: Disco Sally
siempre me levanta el bello del cuerpo, escuchar Perlas ensangrentadas
(una canción que tiene ya 38 años) en 2021 fue muy especial, su versión de Los
amigos que perdí, de Dorian, con un audiovisual muy impactante y por
supuesto, el trallazo de acid house de Satanismo, arte abstracto y acid
house, con el que bailé como lo hacía en los 90, sin complejos, con la
mente en conexión con los ritmos mecánicos y el éxtasis de la cultura del
placer.
Ha sido una experiencia gratificante. Control de acceso con certificado
COVID y DNI, pulsera recargable para evitar manipulación de dinero en el
interior, zona de comida bastante separada del escenario principal y
cumplimiento de los horarios establecidos, que no es poca cosa. Una buena
organización que se tradujo en una experiencia total.
Ver a mis hijos bailar canciones que me convirtieron en fan
de Alaska y Nacho hace más de 30 años me generó una enorme sensación de
paternidad, de unidad y de felicidad por darme cuenta de que la pasión por la
música, por el espectáculo es transgeneracional y sobrepasa pantallas,
virtualidades y modernidades varias.
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