Esta frase, de enigmático mensaje y todos sus exabruptos de
aquella declaración tan bronca, cobran todo el sentido tras terminar la lectura
de la novela de Jordi Amat titulada El hijo del chófer.
Y es que a pesar de que las investigaciones de la policía,
las acusaciones de la fiscalía, los millones descubiertos en cuentas opacas de
Suiza, las causas en las que han sido imputados de una u otra forma los
distintos miembros del clan Pujol así como la declaración de la Justicia que
denominó a la Familia Pujol, como una organización que mezcló durante treinta
años política y negocio, la mayor parte de todos sus miembros se ha ido hasta
ahora de rositas.
Y este libro explica de forma didáctica y literaria cómo toda
esa inmensa fortuna comenzó a fraguarse desde las operaciones presuntamente
delictivas con las operaciones de divisa que realizó el padre, Florenci en los
años cincuenta, gestionando el transporte de bolsas de billetes de cien pesetas
a territorio marroquí para “supuesto blanqueo” en forma de otras divisas en
cuentas opacas fuera de España.
El libro dedica una buena parte a la catástrofe que supuso
el caso de Banca Catalana, del que obviamente Pujol salió indemne gracias a los
tejemanejes de los políticos que en aquel momento pusieron en un lado de la
balanza la necesidad de apoyar una determinada acción política en la renacida
Cataluña y en el otro la necesidad de hacer justicia. Ya sabemos de qué lado se
decantó. Eran los años de los diez millones de votos del PSOE y su adalid,
Felipe González, también sabemos que tuvo excelentes relaciones con Jordi Pujol
durante muchos años.
Pero El hijo del chófer no es, estrictamente
hablando, un libro sobre Jordi Pujol y su prole, sino sobre Alfons Quintá, el
periodista excéntrico, excesivo y sorprendentemente influyente que supo
arrimarse en cada momento al abrigo que le convenía contraponiendo su interés
personal y sus iras personales a todo aquello que pudiera mermarlo. Dueño de
una carrera brillante que trascendió del comunismo antifranquista a la
coetanidad del gobierno de Jordi Pujol pasando por su actividad como magistrado,
Quintá es un personaje que resulta por momentos despreciable, egocéntrico y
falto de toda moralidad. Y, sin embargo, parece ser que siempre tuvo apoyo
político de uno u otro lado. Su ciclotimia y sus malas maneras, arbitrarias y
dictatoriales en lo profesional y obsesivas con el sexo y con la comida en lo
personal, no impidieron tener varios ciclos de éxito y fracaso en su vida,
comenzando por llegar a ser director de TV3 y siguiendo con sus colaboraciones
en El País y más tarde en El Observador.
Es sin duda, un personaje extraño, que estuvo muy cerca de
los círculos de poder cristiano demócrata del nacionalismo catalán en los que
se cocinaron las bases de la corrupción, el amiguismo, la sumisión de la política
a los intereses económicos creados y, desde luego, a la defensa de la bandera
catalana como antídoto para todo problema y razón de toda sinrazón.
Su final fue trágico, asesinato de su esposa y su propio
suicidio, a modo de excéntrica escenificación de la vorágine en la que entró su
vida en sus últimos años alejado ya del éxito periodístico y de su relación con
el primer nivel político.
Quiero añadir que la forma en que Jordi Amat ha novelado
esta historia puede parecer ambiciosa, demasiados temas y demasiados años
cargados de hechos destacables en una novela relativamente corta. Lo creo así,
y también en determinados momentos el número de personajes, cargos políticos, o
personas relevantes del mundo del periodismo, con nombres y apellidos ha hecho
difícil el seguimiento de la historia por la cantidad de información que
ofrece. Aún así no desmerece. Me ha parecido una lectura muy interesante que ha
estado a la altura de las expectativas que me había creado después de escuchar y
leer comentarios de mucha gente sobre la novela.
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