Qué curioso que la ausencia de tan pequeña preposición (en) aporte tanto significado a una frase por otro lado insulsa. Al quitarla, aparece toda una filosofía, una forma de entender la cotidianidad y de plantear tu propia vida.
Eso que se suele decir de forma habitual como habitar para mí es mucho más.
Es un verbo activo, lleno de contenido, que te permite desarrollar tu
personalidad, vivir experiencias increíbles y despertar a una realidad que está
tan cerca de ti que, de no ser así, jamás la verías.
Vivir una casa es fundirse con su paisaje. Disfrutar de los rincones que
ofrece, aquellos en los que habitualmente nunca te detendrías y descubrir
nuevas perspectivas, ver el baile de luces que la evolución del sol crea y cómo
las aristas de sombra se desplazan en sentido inverso.
La sangre que fluye por su interior, sus habitantes, los habituales, la
familia cercana, los ocasionales, los veraneantes familiares que acuden a
disfrutar contigo y los tuyos. Y también los espontáneos y aquellos que están
de paso, que recalan apenas unas noches en sus habitaciones, tras el reclamo de
algún festival musical de verano y que dotan a la vida hogareña de otros
lenguajes, a veces gesticulares cuando no es posible idiomáticos y, las más de
las veces enriquecedores.
También conforman esa vida los otros seres vivos, que oxigenan y embellecen
su existencia, las flores temporales, a veces efímeras y en otras permanentes,
guardadas por dos árboles rotundos, de altura similar a la de la propia casa
que permanecen con ella durante años, y envejecen al mismo tiempo.
Me gusta vivir. Me gusta vivir esta casa y me gusta la gente que la vive
conmigo. Espero que a ella también le gustemos los que la vivimos.
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