O lo que viene siendo un “coitus interruptus”. Y es que
comencé la lectura de la novela de Paolo Giordano con mucha intriga porque
todos los amigos y lectoras que me la habían recomendado lo habían hecho con el
ímpetu de calificarla casi como obra maestra, como una novela que les marcó,
que les impactó en muchos casos y por tanto acudí a ella con las expectativas
muy altas.
Debo decir que el comienzo es inquietante. Y la novela comienza con esa capacidad de despertar en el lector
el interés por lo que parece va a ser una gran historia de superación. Y a medida que adentras tus ojos entre sus líneas te das
cuenta de que faltan cosas, no hay una continuidad lineal al uso. O sea, es
como si estuviéramos leyendo una novela intermitente.
Y a pesar de esa intermitencia, se
puede encontrar la evolución lógica de la trama, aunque parece que al autor le
guste dejar las cosas sin terminar. Los episodios, que podrían continuar con
muchas más explicaciones o conclusiones, se quedan a medias y la trama da un
salto temporal para abordar otro momento de los protagonistas sin que el
anterior importe
De manera que el lector se queda
con ganas de saber o imaginar qué hubiera pasado. Son quizá esa discontinuidad
y esos vacíos los que generan el interés por averiguar qué sucederá en el
siguiente salto. Y entonces llegas al final. Y sí,
como mejor lo puedo describir es como un coitus
interruptus. O sea, estamos en el momento previo al orgasmo, en lo más alto
y de repente es como si nos echasen un cubo de agua fría encima.
Nos quedamos sin final, sin saber
lo que podríamos haber sabido, sin climax y pensando que o bien el autor no
supo terminar la novela o bien le entró prisa. No sé, quizá como he dicho antes
mi expectativa al comenzar la lectura era demasiado alta. No digo que no me
haga gustado. No. He disfrutado leyéndola, pero me ha dejado un poco tibio al
final.
Aun así, recomiendo su lectura.
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