Vacaciones de verano en la playa y macro cenas familiares cuando los copos han pintado ya de blanco el tejado del edificio donde vive. Lo europeo le parece lejano y, por ende, lo situado más allá de los Urales o del Atlántico temática fílmica, cuando no irrelevante.
Esta
puede ser la radiografía de un hombre normal, de aspecto normal, que lleva una
vida normal, tiene una familia “normal” en una ciudad normal......Esa inmensa
mayoría de hombres que rellenan las ciudades y pueblos de España sin que de
ellos sea digna de mención particularidad alguna. Ellos que, con el transcurrir
de las décadas y los cambios de gobierno siguen ahí, incesantes y ajenos al
vaivén de la modernidad.
Votantes
de costumbre, devotos católicos, agnósticos otros, aficionados al fútbol la
mayoría y a mirar sesiones interminables de programas de televisión.
Disfrutan por igual haciendo una parrillada en casa de sus suegros que yendo a
almorzar con los amigachos por la mañana los fines de semana.
Parece
que su vida sea un tiempo y actividad que es necesario que existan para que
pueda haber otras que resalten sobre ellas, sobresalgan brillantes por encima o
excretantes por debajo y sin las cuales, se abriría un vacío en la sociedad
indigno y de imposible solución.
Su
vida se podrá calificar de aburrida, monótona, insensata, pacata cuando no
paleta, consentida o inambiciosa, pero lo cierto es que el adjetivo que mejor
la definiría sería el de imperecedera.
Sí,
nada tiene de brillante llegar a la cúspide del éxito personal o empresarial pues
ello implica caer tarde o temprano y, a veces, caer demasiado. Ni de obsceno
hundirse en el infierno de la droga o la delincuencia, porque casi siempre se
consigue resurgir. Lo verdaderamente arduo supone mantenerse siempre en esa
franja indefinida de normalidad supuesta que te permite pasar desapercibido en
los grandes conflictos a lo largo de la historia. Evitando la podredumbre que
genera el capitalismo extremo y sobreviviendo a las crisis que los diferentes
gobiernos y bancos ejecutan impunemente.
Sí,
normal es una palabra que no debería tener significado, por lo ingente de sus acepciones,
por lo inabarcable de su terminología. Deberíamos aprender que tiene más valor
que lo hiperbólico o lo supremo. Normal debería de ser para nosotros sinónimo
de bienestar, de armonía y por supuesto de autenticidad.
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