¡Y esta es la vooooozz! ¡Na na na naaaaaa! ¿Quién no
conoce este programa de televisión en el que tantos participantes intentan
postularse como futuros artesanos del canto con una única carta de
presentación: su voz?
No importa su físico, si son guapos o feos, arreglados
o zarrapastrosos. Ni tan siquiera la química que su apariencia tenga con la
cámara. Todo ello carece de importancia y se subordina a una única virtud vocal
que sobrepasa los prejuicios del placer visual (al menos en la fase de
audiciones a ciegas).
Yo no soy tan feo, tengo la dosis adecuada de grasa
localizada (sí, en los flancos y la barriga, que es donde los hombres solemos
crecer tras haber cumplido los cuarenta) que me hace parecer suficientemente atlético
como para que el adjetivo gordo sea desproporcionado. Mido más de 1,80, lo que
me hace tener buena percha en general y aunque las canas han invadido mi cabeza
y barba, me dan un aire entre madurito interesante y cuarentón incipiente que
no está del todo mal para ser de pueblo.
Sin embargo no imagino peor ridículo que el que
experimentaría al participar en el programa de marras en el que únicamente se
me juzgaría por mi voz. Podemos dejar al margen el sentido del ritmo y
entonación, disciplinas para las que nací facultado, pero lo que es la
vibración de mis cuerdas vocales es para echarse a temblar.
Si lo analizamos detenidamente, todos tenemos algo en
nuestro cuerpo que nos gustaría cambiar. Cuántas veces hemos pensado (si nos
preguntase un genio de la cirugía gratuita) qué nos gustaría modificar de
nuestra anatomía. Podríamos hacer una lista sustanciosa: tener menos michelines,
disminuir la papada, aumentar los músculos en general y en particular de
pectorales y bíceps. Hacer desaparecer las ojeras, las arrugas, disminuir
nuestras narices de ascendencia árabe, azulear el color de nuestro iris, y en realidad
cualquier otro aditamento que nos hiciese parecernos más a un George Clooney al
uso que a un españolito estándar.
Mira que hay cosas que un tío podría pedir: Puedo
añadir a la lista anterior, algo a lo que definitivamente ninguno podríamos
resistirnos (de ser posible): aumentar unos centímetros el tamaño de nuestra
polla, por medianamente bien armado que uno vaya. Esperad, voy a pensarlo un
momento… es una petición difícil de rechazar…. No, ni siquiera eso que es tan apetecible
e irresistible. Yo sacrificaría todo lo anterior y elegiría cambiar mi voz.
Sí, tamaño trauma tengo con mi compañera vocal, que es
quebradiza unas veces, levemente afeminada otras, débil las más y grotesca a
menudo. En ocasiones estoy en una reunión crucial en la que tengo que aparentar
una posición segura, hablar con convicción y cuando recurro a ella para
explicar mis argumentos apenas sale un atisbo de sonido que me hace tener que
repetirlo un par de veces exacerbando el tono de la segunda para que se escuche
y desvirtuando por completo el matiz que quería dar a los mismos.
La sonoridad precaria se acrecienta cuando la escucho
grabada en un video o en una llamada de teléfono. En tales casos, mi repulsa
hacia ella experimenta un incremento digno del mayor de los rechazos.
Por ello las mañanas en que me despierto resfriado y
completamente ronco son días especiales. Me escucho a mí mismo potente, grave,
robusto, casi siento que mi miembro ha crecido esos centímetros tan deseados….y
deseo que la ronquera me dure días, cosa que lamentablemente nunca sucede.
Pero cuando ello ocurre, todo el mundo me mira
extrañado al hablarle. Me preguntan cosas como ¿Qué te ha pasado? ¿Te has
tragado a un monstruo? Pareces un bicho del averno, o Pobre, estás fatal ¿no? ¡Qué
ironía!, yo en ese estado me encuentro feliz y seguro, y sin embargo, nadie más
lo aprecia.
Y es justamente cuando mi voz vuelve a ser la poca
cosa que siempre es, cuando todo el mundo parece mirarme de nuevo de forma
normal. De hecho, nadie me ha criticado nunca, ni me ha hecho comentario alguno
sobre mi voz. ¿Será que todos la asocian con mi imagen y mi personalidad?
Porque quizá mi forma de ser sea como es precisamente por ello. Tal vez una voz
de barítono como la de Constantino Romero o Carlos Herrera me habrían hecho
tener una personalidad más agresiva, o menos afable y aparecer a los ojos de
quien me conoce por primera vez como un tipo mucho más duro y menos accesible.
Por lo tanto tengo que concluir que yo soy como mi
voz, imperfecta, quebradiza, afable, y sin duda única.
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