La primera
lágrima resbaló por su mejilla y se detuvo en la barba de una semana tras
lanzar las cenizas al mar en la ensenada de Moni.
La
certidumbre de no ver a su abuelo Yeray nunca más le hizo sentirse huérfano por
primera vez a pesar de haber perdido a sus padres en un accidente cuando tenía dos
años. Él le enseñaba a dibujar, le ayudaba a mezclar con serenidad los colores
y a buscar una perspectiva diferente. Después de cursar Bellas Artes y
desarrollar su interés por el Naturalismo, consiguió una beca de posgrado en el
MOMA de Nueva York. La distancia fue dura para Yeray y su salud emocional unida
a su edad avanzada lo debilitó. Cuando Ayoze regresó a Tenerife, avisado por el
hospital, su abuelo se encontraba ingresado ya en la UCI aquejado de un ictus
que le había paralizado el lado derecho. La enfermedad se complicó con una
neumonía y a la semana de regresar, su abuelo falleció.
Personalidades
del mundo del arte acudieron al sepelio y ofrecieron sus condolencias a Ayoze. Yeray,
que había adquirido cierto renombre, cedía en su testamento todos sus cuadros al
Gobierno de Canarias, salvo los catalogados en la serie Naturaleza Canaria, que dejaba a su nieto, junto con la casa y
demás propiedades. El museo creó una exposición permanente que tuvo notable
éxito y Ayoze fue entrevistado en televisión en muchas ocasiones para explicar
la obra de su abuelo. En una de ellas acudió al plató el director del Museo del
Prado y lo invitó a comer. Charlaron de pintura, de historia, de las relaciones
humanas y de su propio currículum y Ayoze obtuvo una oferta de trabajo. Le
costó algunas noches separarse de sus recuerdos pero estuvo seguro de que Yeray
habría querido que él trabajase en un museo tan importante, así que aceptó la
oferta y se mudó a Madrid. El trabajo en el Prado fue estimulante. Conoció a artistas
multidisciplinares y se unió al grupo que había conformado una tendencia
artística denominada Panteísmo
naturalista. Su filosofía se basaba en la defensa de que los cuadros eran
instrumentos de comunicación de la naturaleza con el mundo humano. Al principio
le parecieron un poco raros. Las ideas que defendían le sonaban a serie B,
hasta que conoció a Christine, una escritora que había desarrollado en ese
ámbito su obra literaria. Congeniaron enseguida y a los pocos meses se enamoraron
y se fueron a vivir juntos. Con el tiempo, Ayoze llegó a ser un claro defensor
de aquella filosofía, en la que se adoraba a la diosa Naturaleza y participó en
debates en los que explicaba sus postulados.
Durante años
fue incapaz de viajar a Tenerife. Todo le recordaba a su abuelo Yeray y era tan
fuerte el dolor que sintió cuando murió que jamás pudo reunir el valor de
regresar. Durante todo ese tiempo con su creatividad y la técnica que su abuelo
le enseñó desde pequeño, creó lienzos de hiperrealismo naturalista,
minuciosamente detallados y obscenamente vitales que conformaron una obra
extensa y reconocida en todo el mundo artístico.
Un día,
cuando comenzaba los trazos de una serie sobre las especies de Tenerife, su
mano quedó paralizada. Creyó que se le había quedado dormida por una mala
posición y agitó el brazo para que la circulación sanguínea continuase de forma
normal, pero no mejoró. Los dedos quedaron rígidos y él aterrorizado por un
presagio: le estaba ocurriendo lo mismo que condujo a su abuelo a la muerte. Christine
lo llevó de urgencia al hospital donde le diagnosticaron esclerosis lateral
amiotrófica, una enfermedad degenerativa e incurable que lo paralizaría poco a
poco. Supo que pronto sería incapaz de pintar y sintió un vacío vertiginoso que
lo condujo a su infancia. Decidió ahuyentar a sus monstruos y regresar a Tenerife
para reunirse con sus recuerdos y con su abuelo Yeray. Christine pudo al fin
visitar el hogar del que tanto había oído hablar. Ventilaron bien las
estancias, dejaron que el sol regase las paredes de cada habitación y en una
mañana dotaron de savia a aquella casa maestra que había latido con su dueño
durante tantos años. Acudieron al taller de
pintura. Allí guardaba Ayoze la serie Naturaleza
Canaria que su abuelo le había dejado en herencia y a la que nunca prestó
demasiada atención. En la sobremesa recuperaron los lienzos y los
destaparon uno a uno. Se trataba de doce pinturas al óleo que representaban un
único motivo de la geografía canaria: el Drago Milenario de Icod de los Vinos. Todas mostraban una imagen
del árbol, majestuoso, con distintos cielos y orientaciones del sol. Y el mar,
protector a su alrededor, le otorgaba un refugio circundante.
Ayoze y Christine quedaron epatados por la
minuciosidad que Yeray había utilizado en la elaboración de los detalles, las
pequeñas sombras, y sobre todo el relieve y la perspectiva, que dotaba a los
cuadros de una realidad inusitada. Era como si estuviesen vivos y los rayos de
sol impactando sobre ellos en aquella sobremesa los hacían todavía más reales. Los
pusieron en orden e intentaron encontrar una coherencia. Tras varios intentos
se dieron cuenta de que seguían un orden cronológico. Lo intuyeron por la
posición del sol y fueron capaces de datarlos en el día veintiuno de cada mes
del calendario gregoriano.
El Draco Milenario estaba situado junto a una casa
desvencijada que ocultaba parcialmente el mar. La perspectiva elegida para los
cuadros era tal que hacía que las sombras que el árbol proyectaba indicasen en
cada lienzo en una dirección distinta. Ayoze imaginó que podían estar señalando
algo. Cogió de inmediato lápiz y papel y copió burdamente los lienzos en hojas
consecutivas extrapolando las líneas hacia donde apuntaba la sombra. Después
las unió y observó que únicamente tres de ellas se cruzaban en un punto,
situado a unos treinta metros de la pared oeste de la casa. Los dos se
preguntaron qué representaría aquello. ¿Se trataba de un mensaje que su abuelo
Yeray le había dejado? O ¿era la propia naturaleza quien había transmitido ese
mensaje y había utilizado los lienzos de su abuelo para materializarlo? Esta
última conjetura les convencía mucho, pues cumplía los preceptos de la
filosofía que defendían.
Decidieron hacer una visita esa misma noche de
madrugada, para evitar las miradas de los curiosos. Calcularon de forma
aproximada donde indicaba la intersección de las sombras y observaron que
correspondía a una zona ajardinada que estaba algo descuidada y sin iluminación,
lo que les facilitaba la labor. Ayoze comenzó a cavar y cuando llevaba unos
cincuenta centímetros de profundidad oyeron un ruido metálico. Animados por la
adrenalina, aceleraron su proceso y observaron estupefactos que habían
encontrado un cofre metálico de base circular. Lo sacaron a toda prisa y se
apresuraron a volver a cerrar el agujero intentado que no se notase demasiado
lo que habían hecho.
Estaban ansiosos, pero lo prioritario era salir del
lugar para no ser vistos. Corrieron al coche y en apenas quince minutos se
encontraban de nuevo en el taller. Limpiaron a toda prisa el cofre y
descubrieron que la tapa mostraba una extraña caligrafía. En los lados, representaciones
de la tierra y del mar y el resto de la caja estaba recubierto de motivos
vegetales y hojas del Draco Milenario.
Decidieron grabar con el iPad todo lo que iba a
acontecer pues se trataba de un momento histórico. Iluminaron la escena, se
pusieron guantes para no deteriorar lo que hubiese dentro y procedieron a la
apertura del cofre.
En su interior había algo envuelto en un papel de
seda de color verde. Desenvolvieron aquel bulto y finalmente vieron que se
trataba de un libro. Su título, La Sangre
de Draco, recordó a Ayoze las leyendas que su abuelo le contaba sobre la savia
del árbol, de color bermellón y al que se le atribuían propiedades curativas.
Siempre creyó que eran cuentos legendarios que su abuelo le narraba para
ayudarle a dormir. Sin embargo, entonces lo dudaba.
Ayoze y Christine inspiraron profundamente y lo
abrieron. Parecía un tratado sobre las propiedades curativas de una pócima que
se obtenía a partir de la savia, tras un proceso de condensación con raíces
naturales de la isla, cenizas de lava en pequeñas dosis y otros componentes que
ninguno de los dos pudo reconocer. Se quedaron extrañados y no supieron valorar
si se trataba de la narración de una leyenda sin más o si tenía alguna base
científica. Pero cuando pasaron a la primera página, pudieron leer una
dedicatoria de puño y letra de su abuelo en la que le dejaba un mensaje inequívoco.
Querido Ayoze
Si estás leyendo esta nota, habré
viajado ya al mundo eterno. Mi esencia se habrá fusionado con la diosa
Naturaleza, la que hace respirar y crecer a los elementos de nuestro planeta.
Lee con detenimiento este libro. Te dará vida y te ayudará a comprender que
todos los seres vivos estamos conectados por una energía vital. Es el Draco
Milenario su portal de acceso para los que transitáis por la vida terrenal.
Sigue los pasos que te indico y tu salud mejorará pues estarás conectado con el
origen de la vida.Yo siempre seguiré contigo, mi alma forma parte del todo y por
tanto también de ti.
Tu abuelo, eternamente
contigo.
Ayoze había comenzado a llorar y cuando la primera
lágrima descendió por su mejilla recordó el lanzamiento de las cenizas en la
ensenada de Mori. Allí pensó que jamás podría comunicarse con él. Sin embargo, se
dio cuenta de que estaba equivocado. Supo que algún día, cuando él muriese, podría
reencontrarse con él en la eternidad.
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