Hoy he decidido poner un paréntesis a la vorágine de
trabajo, estrés y tensión que genera la vida alocada que vivimos, la acelerada
existencia que el capitalismo nos obliga a surfear y la tremenda depresión que
nuestros políticos nos generan por no tener los bemoles para entenderse.
Sí, he decidido meterme en una burbuja, y ha sido una
pequeña nébula de creación artística atemporal protagonizada por Les
grands ballets canadiens de Montréal, una compañía de danza
contemporánea con 60 años de experiencia, bajo la dirección artística de Ivan Cavallari
que ha ejecutado dos piezas: Por primera vez en España, “Stabat Mater”
de Pergolesi, con coreografía de Edward Clug, coreógrafo rumano de talento
emergente en Europa, y la Séptima sinfonía de Beethoven, con coreografía
de Uwe Scholz.
Han sido dos partes muy distintas, que aglutinan el ADN de
esta compañía de danza, compuesto de vanguardia y clasicismo a partes iguales.
Stabat Mater es el llanto por la pérdida de un
hijo. Las voces de la soprano Kimy McLaren y la mezzosoprano Maude Brunet nos
han acercado al dolor, a la desolación por la pérdida, la mayor tristeza que
una persona pueda sufrir y la coreografía ha sido por momentos orgánica, pero
compuesta de movimientos geométricos, repetitivos, en algunas ocasiones.
Hombres que se hacen líquidos y deben ser mantenidos en pie por las mujeres en
tacones, desfile de moda en el que las modelos que desfilan caen de lado pero
son apoyadas por los hombres, fluidez humana alternativa entre cuerpos que se
apoyan y que se empujan y expresionismo corporal que arropa el dolor que
circunvala todo el movimiento y arropa a la música ejecutada de forma magistral
por la Orquesta Sinfónica del Liceu. Mi sensación ha sido visceral. He sentido
dolor y pena. Me ha trasladado por momentos a una distopía futura. En otros he
reconocido la muerte de forma muy clara y me he quedado atónito con las
relaciones fluidas establecidas entre cuerpos masculinos y femeninos. De 10.
La séptima sinfonía de Beethoven ha sido
ejecutada de forma más clásica. Aunque el escenario ha sido igual de
minimalista y el vestuario ha sido clásico actual. La coreografía ha recibido
gotas de contemporáneo, transformando los movimientos clásicos de baile en una
amalgama de creación atemporal. Quiero destacar la gran calidad de l@s bailarin@s,
la impresionante totalidad en el escenario de sus solistas y la visualidad de
los cuadros de baile, por momentos con 24 bailarines en el escenario. Beethoven
y su música son siempre un clásico, pero cuando lo escuchas y lo miras, vestido
de ballet contemporáneo, adquiere un estatus superior. La coreografía montada
por la compañía canadiense es rotunda, repetitiva pero amplia y los finales,
sin ser rotundos como en las grandes obras levantan el aplauso continuado.
Muchas veces sucede que cuando el adjetivo “contemporáneo”
acompaña a cualquier arte, a éste le aparece un interrogante, sobre si lo que
vamos a observar es realmente arte o simplemente un producto del marketing
actual. Pero en este caso la compañía de danza ha resuelto el interrogante con
rotundidad. Mi inmersión en la danza contemporánea da otro paso más, sube mi
indicador de gusto por ella y me hace, más con cada representación a la que
acudo, un fan absoluto de la misma.
Y además ha sido mi primera vez en El Teatre Liceu de
Barcelona que es, en sí misma, ya una contemplación del arte.
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