Parece mentira que un adolescente que roza los trece años y
el metro setenta, se comporta de forma tan bruta a veces, y tiene un vozarrón
que ya querrían muchos adultos, manifieste una sensibilidad tan delicada cuando
hablamos de los afectos.
Y es que en las dos últimas semanas hemos tenido a nuestro
periquito Peacocks (PIccoxx como lo llamaría él) enfermo. El pobre estaba como
amodorrado, con la cabeza apoyada en el palo donde a duras penas se sujetaba.
No podía volar y cuando tenía que subir al palo o al comedero lo hacía trepando
con el pico. Dejó de comer y beber y se infló como un globo, temblando sin
parar.
Lo descubrimos una mañana cuando lo sacábamos a la terraza a
disfrutar del aire de la mañana y enseguida nos dimos cuenta de que no estaba
bien.
Peacocks lleva en nuestra familia ya dos años y cuando nos
sentamos a desayunar a su lado, mi hijo no pudo aguantar más la emoción y
rompió a llorar. Llorar de pena por la incertidumbre de qué es lo que le iba a
pasar y porque nunca habíamos tenido un animal enfermo en casa.
Decidimos ir al veterinario esa misma mañana pero no le
encontró nada reseñable, así que se limitó a recetarnos un antibiótico y una
papilla de cereales que tuvimos que darle con jeringuilla ya que Peacocks había
dejado de comer y beber.
Y a esa tarea tan delicada, la de coger con la mano un
pequeño pajarillo, frágil y enfermo, es a la que nos encomendamos mi hijo
adolescente y yo. Establecimos unos turnos de bebida (con antibiótico) y comida
(papilla) cada 3 horas. Lo cambiamos a una jaula más pequeña para poder cogerlo
sin que se hiciera daño y para aislarlo de Rainbow (nuestra periquita amarilla)
y con esa cadencia, le dábamos de beber y comer. Al principio Peacocks se
negaba, me picaba, nos agarraba el dedo con el pico y se defendía, pero poco a
poco imaginamos que entendió que estábamos haciendo algo bueno por él. Al final
de la semana de tratamiento conseguimos que nos abriese el pico para tomar la papilla
y nos mirase con cara simpática. MI hijo cada vez estaba más contento, de ver
que nuestro periquito se recuperaba, y poco a poco dejaba de temblar y de estar
tan torpe. Además, empezó a comer por sí mismo lechuga y alpiste y comenzó a
moverse por la jaula y a trepar por la reja.
Y cuento toda esta experiencia para valorar lo importante de
los afectos a todos los niveles, para entender la importancia que la conexión
que podemos tener con un simple pájaro nos hace sentir familia, nos hace
cuidarle, nos hace preocuparnos y dedicar el tiempo necesario a darle de comer,
a darle su tratamiento, a verificar que mejora poco a poco y sobre todo a
sentir que no estamos tan deshumanizados como la tecnología o el mundo
acelerado que vivimos pudiera hacer pensar. No. Seguimos siendo seres humanos,
con sentimientos, con sensibilidad, con amor y con la debilidad de derramar
unas pocas lágrimas cuando vemos que nuestro Peacocks no estaba bien.
Pero todo ha pasado, mañana lo volveremos a pasar a la jaula
grande, con Rainbow, que tanto lo ha echado de menos esta semana y con quien,
estamos seguros, se sentirá de nuevo en familia, en casa.
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