− ¿Las
siglas eran LGBT, LBTG o cómo? −Preguntó Alberto a su abuelo Pablo.
−Creo
recordar que eran por este orden: lesbianas, gays, bisexuales y al final
transexuales −respondió
él.
−¿Estás
convencido de que este tema es el mejor que podías haber elegido? Al fin y al
cabo la mayoría de los estudiantes no van a saber de qué hablas.
−Créeme,
el pueblo que no conoce su pasado está condenado a repetirlo, y eso es algo que
no debemos permitir −sentenció
su abuelo.
Alberto
terminó de revisar la ortografía y el formato del texto que había escrito su
abuelo Pablo para la conferencia que daría el lunes siguiente en el Instituto
Goya de Zaragoza, en el que cursó sus estudios cuando era adolescente. Se
cumplía el segundo centenario de su fundación y había sido invitado a dar una
charla a los jóvenes estudiantes que en el año en curso, 2045, cursaban sus
estudios de secundaria.
Su carrera
de escritor, sociólogo y político le había proporcionado importantes éxitos en
el mundo editorial, entre las organizaciones de lucha en defensa de la igualdad
y en la política aragonesa. Los últimos años de vida profesional se volcó en su
responsabilidad al frente del departamento de sociología de la Universidad de
Zaragoza y cumplidos los ochenta, ya retirado de la primera línea política y
académica, continuaba impartiendo charlas de historia y sociología cuando le
invitaban.
Durante
décadas abanderó la lucha por la consecución de derechos y libertades del
colectivo LGBT del que formaba parte. Participó en casi todas las marchas del
orgullo gay que se celebraron en la capital aragonesa, asistió a
manifestaciones en pro de la igualdad y llegó a entrar en política para poder
defender sus propuestas en un marco legal.
Fueron
tiempos de cambio. Al principio sus ideas eran minoritarias, criticadas y en
tantas ocasiones vejadas. Los ochenta y sus excesos conformaron la base
necesaria para dar a conocer la lucha. El fin del siglo XX aumentó la
aceptación por parte de la ciudadanía pero continuó hablándose del movimiento
como algo marginal.
Pablo
comprendió que su batalla estaba mal enfocada. En muchas ocasiones era criticado
incluso por los suyos, que le reprochaban no aceptase llevar a cabo medidas más
radicales de acción pública y, sobre todo, que no fuese él mismo homosexual. Él
estaba de acuerdo en que para conseguir un pequeño avance debía que intentar
uno exagerado. Pero, al mismo tiempo, siempre defendió la normalización como
meta en sus propuestas.
El
siglo XXI y las nuevas generaciones que habían nacido ya en democracia trajeron
los mejores años del colectivo LGBT. La homosexualidad se aceptaba, dejó de ser
considerada una enfermedad, se crearon los hoteles gay friendly, se puso incluso de moda. Los famosos hablaban de sus
experiencias en ese sentido y la política avanzó en paralelo a la sociedad. Un
tal Rodríguez Zapatero, allá por el lejano 2005 fue el adalid de ciertos logros
históricos, sobre todo de la aprobación del matrimonio homosexual que ningún
gobierno posterior tuvo el valor de derogar.
Pero
aquello seguía siendo discriminatorio puesto que era necesario tener una ley
que defendiese ciertos derechos frente a una gran mayoría de ciudadanos que no
necesitaba tener dicha ley que defendiera los suyos.
Pablo
discutió esto mismo en muchísimas ocasiones con sus compañeros de partido y
colegas. El hecho de que esa ley existiese era, en sí misma, una discriminación
(sí, una discriminación positiva, pero discriminación al fin y al cabo). Y, que
el propio colectivo LGBT existiese, también lo era.
Comenzó
entonces una lucha suicida. Empezó a defender que debería dejar de existir.
Sólo cuando ello ocurriese podrían afirmar que el proceso de normalización
había terminado. Sus compañeros lo criticaron y lo desautorizaron en muchas
ocasiones, acusándolo de haber adoptado una mirada “heterosexual”, como si semejante
concepto pudiera existir. Sin embargo él no cejó en su empeño, convencido de
que era el único camino.
Criticó
cuantas veces pudo las declaraciones de homosexuales y lesbianas dedicados
también a la política o presentes en la vida pública, tan pronto hacían mención
a que lo eran, y vapuleó dialécticamente a quienes no entendían sus argumentos.
Con el arma de las redes sociales en los años 2010, su popularidad comenzó a
crecer de forma sustancial y llegó a convertirse en un fenómeno viral.
En la
segunda década del siglo XXI sus propuestas fueron calando poco a poco hasta
tal punto que el número de afiliados al colectivo LGBT se redujo a algo
testimonial. Cuando su fundador en España murió, en 2031, decidió que
abandonaba la lucha virtual y real por sus ideas pues ya casi nadie necesitaba
reivindicarlo ni luchar contra la discriminación de ninguno de sus antiguos
integrantes.
Cuando
le llegó la propuesta del director del Instituto para que hablase sobre un
pasaje de la historia reciente, no supo decidir sobre qué tema versaría su
conferencia. Sin embargo, una tarde conversando con su nieto Alberto, que le
ayudaba con la edición e impresión de sus textos, le llamó la atención que ni
siquiera supiese lo que fue el LGBT y decidió escribir sobre ello.
Su
nieto le colocó en la mesa el documento editado y finalizado que comenzaba con
una frase demoledora:
CUALQUIER
TIEMPO PASADO FUE PEOR
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