¿Cuánto nos cuesta decir que no? A los que pensamos que más
es siempre más nos parece que un no significa una renuncia a algo que te puede
aportar más que restar. Es como un virus. Incluso diría que casi una dependencia.
Tendemos a ver el lado positivo de todo aquello con lo que tratamos y presentar
una negativa implica, desde nuestro punto de vista, un rechazo a aquello que
podría venir de bueno.
Sin embargo, estoy educándome en el NO. Es difícil salir de
un estado estanco como es ése en el que me encuentro. Pero la terapia de cada
mañana de auto convencerme que pronunciarlo es posible y no ocurre nada grave,
me está ayudando.
La rutina es sencilla. Me miro en el espejo, respiro con
profundidad tres veces calmando mis palpitaciones y dispongo mis labios en
posición. Me miro a los ojos y me auto convenzo. NO. Y vuelvo a respirar.
Estoy seguro de que en breve comenzaré a experimentar las
bondades de tan sencillo acto que reducirán mi dolor de jaqueca, las
contracturas de mis cervicales y la alteración mental que me impide dormir.
¡Probadlo! Es posible
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