Siempre me resulta curioso redescubrir a una persona a quien
conoces o sigues por su trayectoria en una disciplina cuando salta a otra
distinta. Es lo que me ha pasado con la actriz Elvira Mínguez, a quien sigo desde
hace mucho tiempo y cuyos trabajos me han gustado siempre. Destaco: Clara
Campoamor, la fantástica serie Abuela de verano, o películas de tanta calidad
como Días contados, La buena estrella, Tapas o su participación en la adaptación
de la trilogía del Baztán. Su calidad como actriz es indiscutible. Y tenía
mucha curiosidad por redescubrirla como escritora. Su primera novela se titula:
La sombra de la tierra. En esta ocasión hice algo que nunca hago
que es escuchar entrevistas previas a la lectura de una novela porque no me
gusta que me predispongan en ningún sentido. Pero en esta ocasión escuché a
Elvira y supe de entrada que se trataba de una trama dura. Así que comencé mi
lectura esperando algo que deduje de aquella entrevista y que luego ha superado
con creces.
La sombra de la tierra nos lleva a una
realidad de fin de siglo en la España interior en la que la dureza del odio
intrafamiliar, de la dependencia de la tierra y de la falta de medios marcan el
carácter de las personas que la conforman. Ese anticipo sobre la dureza de la
historia es real. No es una novela dulce ni conformista. Pero sí una que retrata
con verosimilitud y crudeza lo que conlleva vivir instalados en la pobreza, en
el odio perpetuo y en la ausencia de esperanza para el futuro. Garibalda y
Atilana son dos alter ego de un mismo odio, exacerbado por la falta de amor,
por la envidia y seguramente la deshumanización de sus infancias.
Elvira narra de forma magistral, sin paños calientes y en presente
en buena parte de la novela, arrastrándote a esa realidad gris y seca que empolva
sus vidas y que te hace sentir afortunado por haber nacido a finales del siglo
XX en una familia con valores y cariño.
La novela plantea muchas reflexiones. A mí al menos una
fundamental y es el preguntarme ¿cómo seríamos nosotros, educados, democráticos,
empáticos si nos hubiese tocado nacer en una realidad como esa en la que los
niños son abusados, vilipendiados y ninguneados con una ausencia completa de
afecto? ¿Realmente podríamos haber tenido alguna posibilidad de crear un mínimo
rasgo de humanidad encima de esa pátina de terror y vejación? ¿Somos, por
tanto, fruto de nuestras circunstancias? Ya sabemos que no elegimos donde y en
qué familia nacemos, y por ello sin duda debemos sentirnos afortunados.
La elección de los nombres de sus protagonistas es sin duda
un acierto que aplasta todavía más sus vidas y que nos hace transportarnos a
una época ahora ya tan lejana pero que, aun a pesar de la distancia temporal,
podemos imaginar y hasta entender.
La España de final del siglo XIX, ¡qué diferente de la de
final del siglo XX que nosotros hemos vivido!
La sombra de la tierra es literal, es la que
nos atenaza, nos amarra a la tierra en la que nacemos y la que nos obliga a
luchar permanentemente por escapar de ella si es lo que así deseamos o la que
nos ayuda a encontrar nuestro lugar, si por el contrario es nuestra
preferencia. Yo creo que en realidad en nuestras vidas siempre hay un tránsito
(qué bonito nombre para una persona), o al menos así lo ha habido en mi caso,
alejándome con la adolescencia de mi tierra, incluso renegando de ella y poco a
poco retornando a medida que la edad avanza y que comprendemos que en realidad
nuestro lugar, nuestro auténtico sitio, si es que algo así existe, es la tierra
que nos vio nacer.
Un diez para Elvira como escritora, que sumo a sus muchos
dieces como actriz, ya que ha iniciado su andadura en la narrativa con una
historia nada fácil ni condescendiente, con una trama que deja poso y que nos lleva
a la reflexión profunda sobre nuestro origen. Ahí es nada.