
Es difícil escribir una crónica objetiva de lectura de La
huella de una carta, porque tengo tanto cariño y admiración por su
autora, Rosario Raro, con quien trabajé durante un año largo la que fue mi
primera novela
¿Cómo pudiste hacerme esto a mí?
y con la que aprendí tanto
sobre escritura, que la amistad pesa mucho en la emisión de una opinión sobre la
suya.
Sin embargo, en esta ocasión también, como con Volver
a Canfranc, Rosario me lo ha puesto fácil porque mi opinión sería igual
de buena si no la conociese de nada.
Y es que ya desde el principio los ojos multicolor de la
belleza que conforma la portada te invita a descubrir si pertenecen a su
protagonista, Nuria Somport. De ser así, todavía aumentaría más mi admiración
por ella, por su valentía, por su lucha por aquello en lo que cree justo, en
encontrarse a sí misma, en no contentarse con el mundo que se le había pre asignado
como mujer en esa España masculina y gris. Nuria es, sin duda el alma de esta
novela. Aunque a veces nos pueda parecer un poco naif descubriremos que su
carácter, su determinación, van mucho más allá de lo que podamos creer.
Y desde muy temprano nos sumergimos en su vida, en su
cotidianidad, con sus hijos, su quehacer diario y podemos hasta ver cómo
siente, lo que anhela, cómo es su vida y cómo le gustaría que fuera. Y esa
facilidad con la que te sumerge la novela en su historia es justamente la que
te impide salir de ella. Yo tuve que obligarme a dosificar su lectura, para
disfrutarla durante más días, pues de no haberlo hecho la habría comenzado y
terminado el mismo día.
Me encanta que, así como normalmente el héroe tiene a su
chica que lo arropa, en esta novela es al contrario. Para mí, Nuria es la
heroína y, por supuesto tiene también a su chico que la ayudará siempre y la
amará.
La historia que descubre e investiga Nuria Somport es tremenda,
real, terrible y maliciosamente silenciada en la España que hemos vivido y que
vivimos. Y es que el control y poder de la industria farmacéutica es, en mi
opinión, mucho mayor que el de otros poderes fácticos, como la banca o la
energía, y, aunque en la sombra, estoy seguro de que tarde o temprano saldrá a
la luz como la verdadera controladora de muchos intereses del mundo moderno.
Rosario tiene la virtud de tejer una trama novelística en
torno a esa tragedia en la que no faltan la intriga, la pasión, el retrato
milimétrico de una época concreta de España y de la forma de vida que había
entonces. Además, la narración y los numerosos diálogos, así como las cartas
enviadas al consultorio y que Rosario reproduce (seguramente creación suya,
pero bien podrían ser tan reales como las que se leyeron durante años y años)
dan muchísima agilidad a la novela y eso la hace para mi gusto como lector aún
más interesante.
Resulta fascinante la variedad de temas que esas cartas
contenían, algunos inverosímiles y absurdos, otros de auténtica tragedia, pero
sin duda eran un reflejo de la sociedad del momento. Y aún más sorprendente
(por no decir espeluznante) eran algunas de las respuestas que se hacían llegar
a sus remitentes.
La novela te conduce por una investigación que, a la par, te
invita a llevarla a cabo en el mundo real, en las publicaciones sobre la
Talidomida y la difícil vida que sus afectados tuvieron y siguen teniendo.
Creo que la novela está resuelta con maestría, en un final
que está muy a la altura de las expectativas que Rosario ha ido creando a
través del avance de Nuria Somport y Boro Navascués en esta dura y oscura
historia.
Una lectura que recomiendo para este verano porque
entretiene, acompaña, indigna, apasiona y sobre todo, no te dejará indiferente.
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