Comienzas la
lectura de una novela en la que el escritor habla en presente de un personaje
que interactúa con otros por diversos motivos. Luego cambia y redacta en
pasado, intercala un diálogo sin venir a cuento de tres líneas, continúa con
unos comentarios sobre un tema alejado de lo que había estado narrando para
terminar describiendo a un nuevo personaje que no ha salido hasta ese momento
ni tiene, aparentemente, ninguna relación.
No hay orden,
ni ubicación de la acción en lugar o tiempo, no se sabe la relación entre las
personas que aparecen, ni quién habla con quién, ni por qué se cambia de tema
de forma aleatoria. Tampoco por qué de repente se enumera una lista de
escritores, o un teorema algebraico y, por supuesto, el lector se ha perdido ya
en la página veinte del libro.
De vez en
cuando alguno de los nombres que aparecían en los primeros párrafos vuelven a
salir asociados a otras acciones y personas. No se sabe si son adorables o
despreciables ni por qué. Aparecen líneas tachadas que inicialmente sugieren un
error de imprenta pero que enseguida revelan que se han dejado a propósito. De
pronto, una relación homosexual en la que uno no quiere que el otro le penetre.
¿A qué fin se ha elegido semejante título? Y para colmo de males las últimas
páginas del libro con notas aclarativas que parecen personalizadas para ti como
lector.
En resumen:
Es la traslación más cercana de un cuadro abstracto al arte de la escritura.
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