Comenzaba la segunda
semana de rebajas y la vorágine inicial de buscadores de chollos había pasado.
Pablo era un comprador habitual de la tienda que C&A tenía en el Paseo
Independencia de Zaragoza. Moreno, de ojos verdes, con casi dos metros de
estatura y una musculatura voluminosa, su labia de adjetivo locuaz le permitía
tener sexo fácilmente con casi cualquier chica a la que le echase el ojo en la
discoteca.
Sin embargo, las dos
últimas noches que había salido de fiesta, no había conseguido llevarse a
ninguna a la cama y, por ello, estaba despechado. Aquella tarde de julio, cuando
se levantó de la siesta empalmado, se descubrió pensando de nuevo en la
dependienta de C&A. No sabía su nombre. Era morena, con una melena
despuntada y suficientemente larga. Utilizaba poco maquillaje y en realidad
tampoco lo necesitaba pues era muy atractiva, ojos azul claro y labios
siliconados. El uniforme de verano le realzaba un culo prieto y los dos últimos
botones del top que ella dejaba
desabrochados desembocaban en un canalillo de vicio. La chica estaba
habitualmente en los probadores. Sus miradas se habían mantenido ya en varias
ocasiones, lo que le indicaba que ella mostraba también un cierto interés por
él.
Así que decidió pasar por
la tienda y ver si podía quedar con ella. Salido como iba por la falta de sexo,
se vistió con un pantalón corto muy apretado que remarcaba sus fibrados muslos
y una camiseta de tirantes de las de tiro amplio que dejaba al descubierto lateral
unos abdominales híper definidos. Llegó media hora antes de cerrar, pues
imaginó que habría menos gente y decidió probarse unos cuantos speedos. Cuando pasó para que le diera
la ficha mostró los que había seleccionado mientras le miraba descaradamente
las tetas. Ella pareció ruborizarse pero no apartó la mirada tampoco en aquella
ocasión. Pablo notó una ligera tirantez en los pezones de la chica lo que le
puso aún más perraco.
Se dirigió hacia el final
de los probadores y se introdujo en el último. Se quitó la camiseta y las
zapatillas. Aguardó un momento y dejó la cortina ligeramente abierta para ver
si ella se acercaba. Cuando la vio aparecer con varias prendas, se puso de
espaldas mostrando su culo y su espalda fornida y comenzó a bajarse el pantalón
lentamente. Dejó su slip azul celeste sin quitar y cuando fue a bajarlo decidió
girar la cabeza para comprobar si ella estaba mirándole.
Sus ojos no llegaron a
encontrarse pero la vio que hacía como si estuviera recogiendo prendas del
probador de enfrente. Se había desabrochado un botón más y las dos tetas
parecían querer rebosar aquel escote. Pablo estaba ya completamente duro, de
manera que se volvió ligeramente quedando de lado y actuó como si no se hubiera
dado cuenta de que ella estaba allí. Agarró con la mano izquierda el slip que
llevaba puesto y se lo bajó hasta la rodilla, dejando su miembro, completamente
erecto al descubierto. A continuación se lo agarró con la derecha y comenzó a
menearlo con movimientos muy sensuales y poco a poco fue abriendo la cortina.
La sorprendió sentada en
frente. Se acariciaba el pubis mientras lo miraba. Pablo se puso a cien. Retiró
por completo la cortina y le pidió que se sacara las tetas y se las tocase.
Ella le obedeció, cogió
cada pecho con una mano de fuera hacia adentro y se los masajeó sensualmente.
Después se bajó el pantalón, dejando al descubierto un diminuto tanga. Pablo
cruzó el pasillo y lanzó su lengua a uno de los pezones. Le babeó el canalillo
mientras le agarraba el culo con fuerza y le abría las piernas para colocarse
en posición de penetración. Ambos habían perdido por completo el control y no
parecían darse cuenta de que en cualquier momento podía entrar alguien. A la
chica le sonó un pitido en el teléfono que llevaba y le pidió que la siguiera hasta
la última puerta del pasillo de probadores que era una salida de almacén. Se
adentraron casi desnudos y cerraron con llave por dentro. No disponían de mucho
tiempo pues la tienda estaba a punto de cerrar.
Pablo aceleró. Tumbó a la
chica en el suelo y le abrió las piernas cogiéndoselas por los tobillos.
Dirigió su boca a aquella fuente de placer que era un pubis rasurado y trabajó
con ahínco su botón de placer. Lamió y mordisqueó provocando la locura de
aquella diosa que tenía bajo su cuerpo. Cuando los gemidos terminaron en una
dulce muerte de placer, adelantó su cuerpo y, poniéndose en cuclillas le
ofreció su sable para que lo saborease.
Ella le llevó al límite
de la eyaculación, pero se concentró y aguantó pues quería terminar dentro de
ella. Se colocó la goma y se tumbó en el suelo para que la chica pudiera
cabalgar a placer. Colocó sus brazos bajo la nuca y se abandonó a la follada
más espectacular que jamás había vivido y que terminó en un orgasmo y
eyaculación incontrolados. Tras la descarga de placer, quedaron tumbados en el
suelo y sin darse cuenta, Morfeo los arrancó del mundo despierto para
llevárselos muy lejos.
Cuando despertaron se
miraron el uno al otro y se vistieron rápidamente. Salieron del almacén y comprobaron
que todo estaba a oscuras. Se dirigieron a la puerta de la tienda y vieron que
el centro comercial estaba cerrado. Miraron apresuradamente el reloj, que
marcaba las tres de la madrugada y, con una sonrisa pensaron que aún disponían
de unas horas hasta que volvieran a abrir las puertas, esta vez ya sí, sin
estrecheces ni acelerones y se volvieron a dedicar al placer mutuo y la
lujuria.
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