Eduardo
se había levantado con una resaca elefantiásica y algo grabado a fuego en su
cerebro. Necesitaba esa pastilla con urgencia para conseguir calmar su
excitación y no se veía capaz de esperar hasta el lunes, día en que podría
adquirirla.
Un
amigo suyo la había probado ya y había experimentado con ella sensaciones
indescriptibles. Según le había contado, conducía a lo más excelso del placer y
eclosionaba en un orgasmo integral de vibración sin límites.
Hasta
aquel momento, nunca dio crédito a tales comentarios, pero tras lo vivido la
noche anterior había cambiado por completo de criterio.
Reflexionó
qué podía hacer ante la necesidad de la inmediatez. Accedió a ebay y tecleó tan rápido que tuvo que
hacerlo hasta en tres ocasiones para deletrear correctamente su marca.
Filtró
los resultados de la búsqueda según el plazo de entrega y finalmente obtuvo la
que estaba buscando. Clicó en buy it now (comprar
ahora) y en ese mismo momento su agitada respiración se calmó.
Entonces
ya podía preparar con calma el repertorio del concierto que daría con su banda
la semana próxima.
Efecto
placebo era una banda de rock siniestro que había comenzado a componer
a finales de los años ochenta. Una formación clásica de guitarra eléctrica,
bajo, batería y voz. Tras publicar varios discos que alcanzaron cierta popularidad
comercial, los miembros decidieron disolverse en 1995 y dedicarse a otros
proyectos musicales. Habían pasado veinte años desde aquello y el concierto con
el que iban a celebrar su reunión y vuelta a los escenarios debía ser demoledor.
Su
estilo había evolucionado y ahora habían incorporado bases electrónicas, ruido
experimental y samplers de grupos
como Placebo o Rammstein, sus alter-ego
presentes favoritos del momento.
Eduardo
era un poco reticente a tanta tecnología. El prefería reproducir melodías
analógicas como había hecho siempre con su guitarra Telecaster, de cuerpo
macizo y simplicidad de diseño, que producía un sonido característico con sus
dos pastillas de bobinado simple. Pero todos estaban de acuerdo que el público
que les seguía hacía tantos años también habría evolucionado y, por ello,
debían actualizase.
Fue
en el concierto de Rammstein de la noche anterior a su resaca donde escuchó
algo que le produjo una tremenda inquietud. Como buen guitarrista vivido en
tantos eventos y actuaciones, sabía diferenciar un sonido nuevo, algo que jamás
había escuchado antes y que producía en su cerebro una reverberación mágica. No
era una habilidad del guitarrista de la banda alemana, Richard. Eso era evidente
para él, de manera que llamó a alguien que conocía en la productora que
organizaba el concierto y le confirmaron lo que ya sus sospechas le hacían
intuir. La guitarra que estaba utilizando incorporaba la mágica pastilla de
bobinado múltiple con hilos de cobre y oro que Eduardo acababa de comprar en
ebay y que muy pocos otros músicos habían comenzado a utilizar todavía, pues se
rumoreaba que la frecuencia de onda que podía llegar a generar era superior a
los veinte mil hercios, el límite de detección humana del sonido, y por ello
sospechosa de llegar a crear daños en el cerebro.
No
se había podido llegar a demostrar aún tal teoría y por ello la pastilla en
cuestión creadora de una distorsión sin precedentes con la guitarra eléctrica
seguía en el mercado.
Podía
representar incluso la semilla de un nuevo estilo musical, algo más siniestro
incluso que la música que siempre habían compuesto y eso le animó y le quitó la
desazón con la que se había levantado.
Cogió
una partitura y empezó a escribir la adaptación distorsionada de “Engel”, el
tema más oscuro de la banda alemana, con la que abrirían el concierto de
retorno a los escenarios.
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