Me gusta mi nueva casa. Es acogedora. En el salón de
geometría irregular han dispuesto una enorme librería donde veo títulos de
literatura contemporánea y clásica. La luz del amanecer los ilumina, pues está
ubicada mirando al este y cada mañana los rayos de sol tempranos despiertan el
brillo y los colores de sus lomos y portadas.
He vivido en varios lugares. Casi siempre de paso.
Nunca más de dos meses, en un periplo que me ha llevado de Granada a Málaga.
Cada vez que me abandonan en un parque, o en una estación de tren, me siento
desamparado y ansío que alguien me acoja de nuevo. Y tarde o temprano, eso
siempre ocurre.
En ocasiones me han tratado con delicadeza, mimando mi
cuerpo y adaptándose a mi fragilidad, propia de mi constitución y tamaño. En
otras, lo han hecho sin miramientos, de forma abrupta, y he sufrido roturas y desgarros.
Mi última adopción sucedió en el metro de Málaga. Un
adolescente se me acercó y me observó con curiosidad. Yo no sabía qué hacer
pues siempre había vivido con personas de edad avanzada. Pero pude ver en su
mirada un interés inusual en un chico de su edad. Le permití que me cogiese e
indagase cómo era mi vida. Parece que lo que descubrió le pareció fascinante
porque decidió rescatarme y meterme en su mochila.
Ya me ha leído un par de veces, la última de un tirón.
Y le he oído comentar que esta tarde volverá a dejarme en el mismo vagón en que
me encontró. Espero que esta oportunidad abra mis experiencias a la gente joven
y que ello me lleve a hogares con niños y estanterías más coloristas, y pueda
estar colocado cerca de otros estilos literarios.
Me encantaría que me pusieran al lado de comics de
libros infantiles, donde pueda disfrutar de grandes dibujos y colores y así
olvidarme un tiempo de tanta sesuda literatura.
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