Ha sido este un verano de reencuentro con nuestra vida
anterior a la Covid, esa que llevábamos a cabo sin límites, sin miedos a
contagios y cuarentenas, acelerada y deshumanizada, sin la espada de Damocles de
las UCI’s llenas de enfermos, aunque con una enorme tristeza también, la
partida de mi madre hacia otra dimensión, hacia una nueva vida quiero creer.
Ojalá que los no creyentes como yo estemos equivocados y la muerte nos conduzca
realmente a otro escenario, en el que las almas se reencuentren. Si eso es así,
y por muchos momentos en el mes de julio he querido creer que será así, algún
día me volveré a encontrar con ella, y con tantos otros.
Pero hasta la tristeza más oscura y demoledora, la que
supone la muerte de una madre, se supera y la vida continúa, debe continuar. Y todavía
puedo disfrutar de los amaneceres en Benicàssim, de mis paseos, que comienzo de
noche y termino al albor del día, metido en el mar y nadando plácidamente en
esas aguas que el cambio climático ha subido hasta casi los treinta grados. Un
nado disfrutón, en solitario, sin espectadores y con un fondo espectacular, el
disco solar saliendo del Mediterráneo. Hoy lo ha hecho ya a las 7:16 am, y poco
a poco será más perezoso y le costará más surgir.
Ese paseo y nado matutino me permite reflexionar. No escucho
ni la radio ni música ni ningún podcast del Faro, del que soy asiduo.
Simplemente voy pensando en mis cosas, me acuerdo de mi madre y de que seguramente
ella estaría ya también levantada haciendo alguna faena casera. Y entonces
alguna lágrima, esquiva, se escapa de mi lagrimal.
Imagino lo que me deparará el día, cómo irán las tensiones
del trabajo y qué se me ocurrirá como idea para dibujar y terminar mi nuevo
cuadro geométrico. Intento dejar mi mente simplemente libre, que discurra por
aquellos recovecos que ella desee, que analice sin prisa y sin ansia y relaje
los sentimientos mientras la luz va aumentando, alejando la noche, y acercando
cada minuto que pasa más paseantes, ciclistas, y personas que se acercan al
mar.
Y termino mi baño, salgo a la arena, ya con el sol saludando
el día y me siento, todavía me concedo unos minutos y simplemente veo su
ascenso en el horizonte hasta que luce radiante, poderoso y desaforado. Y
entonces me despido de ese momento matutino mío, muy íntimo y en el que me
reencuentro con mis cosas, sin interrupciones ni electrónica.
Y regreso a casa, al hogar en calma, todavía tranquilo y sin
apenas ruido. Y mi estómago me pide que mueva el culo y prepare el desayuno, mi
leche sin lactosa con cereales, unos arándanos y unas nueces y me ponga en modo
activo para comenzar el día.
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