Perdón y culpa. Culpa y perdón. Podría ser el título de una película de
Almodóvar. Tan anclados en nuestras raíces por la machacona insistencia de la
maquinaria de la iglesia, por la inconmensurable perseverancia de la burocracia
católica que desde niños nos inculca ambos conceptos, en analogía al bien y al
mal. Perdonar es bueno, ser culpable es malo. Quizá sentirse culpable, o sentir
la culpa no lo sea tanto. Pero ¿es realmente cierto que la culpa tenga un peso
específico como tal? O más bien ¿es un concepto vacío que ha sido llenado de
contenido, ideología religiosa y prejuicios conservadores durante siglos?
Es curioso que Culpa y Perdón vayan íntimamente asociados al
catolicismo y no tanto a otras religiones. Pero claro, el catolicismo ya comenzó
con la culpa de Cristo. Fue declarado culpable y él perdonó a sus justicieros.
Con ese comienzo espectacular, cómo no lo vamos a vivir de forma intensa veinte
siglos después.
Pero si ya la culpa me parece un concepto abstracto, sin
aristas y complejo de entender, todavía lo es más el perdón. ¿Qué es para cada
persona el perdón? Algo que se solicita o que se otorga según del lado en el
que caiga. Asociado siempre al pasado, ya que no es concebible perdonar algo
que va a suceder en el futuro. Y en esa locación temporal pasada, ¿es
defendible que se pida o se otorgue un perdón a mucho tiempo vista?
Puedo entender que se pida y se otorgue el perdón por algo
perpetrado por una persona, incluso muchos años después, pero de cuyas
consecuencias es sin duda responsable. Un ser humano pudo hacer algo, pudo
tomar una decisión en el pasado que supuso la aparición de un daño, de una
consecuencia negativa para algo o para alguien. Y de ahí que, si el dolor
causado fue mucho, se pueda, incluso pasadas décadas necesitar ese perdón.
Pero qué hay del pretendido perdón solicitado sobre
acontecimientos sucedidos hace cientos de años. ¿Son los ingleses de 2019
responsables de los atropellos que los británicos llevaron a cabo en la India
cuando la colonizaron? ¿O los ciudadanos turcos actuales frente a los
asesinatos y avasallamiento de la época Otomana? ¿Qué tiene que ver un portugués
actual, de Coimbra, mismo, con un conquistador del siglo XV? ¿Hay algo que
podamos reprochar a un sacerdote actual, que predica en su parroquia de forma
cotidiana de lo que perpetró la inquisición durante siglos?
Es esto lo que el presidente mexicano pretende ahora, que
Felipe VI pida perdón. Y yo digo, perdón ¿por qué? O sea, en qué concepto
genérico se pueden sintetizar cientos de años de colonialismo de modo que con
una simple frase se pueda solicitar el tan supuesto perdón.
Lo más grave, en mi opinión, es que se intente juzgar
situaciones del pasado con la vara de medir actual. NO podemos juzgar una
invasión, una batalla, o descubrimiento del siglo XV con la ley internacional
actual de derechos humanos. Si lo hiciéramos no quedaría títere con cabeza. No
sólo a esta parte del Atlántico. Los propios mexicanos tendrían que ser también
juzgados por tantas otras tropelías que unas culturas indígenas habrían llevado
a cabo sobre sus anteriores, colonizándolas y erradicándolas de la faz de su
territorio. Rizando el rizo, podríamos aplicar las leyes de igualdad, las de
defensa de los niños, los derechos humanos en las culturas que supuestamente
fueron masacradas por los conquistadores católicos españoles y portugueses en
México y no se salvaría ni el tato. ¿O acaso los hombres mexicanos de 1492
compartían las labores del hogar, cuidaban de los niños, permitían que la mujer
tomase decisiones trascendentales en la vida cotidiana y gobernaran sus territorios?
Así pues, como dijo una famosa política (a la que mejor
olvidar por ahora) manzanas con manzanas y peras con peras. No vamos a aplicar
la ley general de enjuiciamiento criminal a un grupo de españoles que
desembarcó después de meses de navegación en tierras del Caribe al final del
siglo XV. Es un completo sinsentido.
Así que señor Obrador, desde aquí le digo, deje usted el
pasado en paz. Afronte el futuro, luche contra la política absurda y
totalitarista de Trump, busque aliados en América y en Europa, España estará de
su lado sin ninguna duda. Y deje por favor también en paz la iglesia. Afortunadamente
en el siglo que nos toca vivir la religión es ya (o debería ser) sólo un tema
privado e íntimo, nada que ver con la política de las naciones.