La novela me atrapó desde el principio. Y es que toda la
literatura, la política, la sociología que rodearon a la antigua Unión
Soviética siempre me ha interesado mucho y en este caso una novela que cuenta
la relación que mantuvieron Ramón Mercader y Liev Davidovich (Trotski) hasta
que se convirtieron en verdugo y víctima respectivamente, narrada por un
aspirante a escritor cubano en los años 70 me pareció de lo más sugerente.
En primer lugar por mi poco conocimiento del personaje de
Trotski, su personalidad, su exilio y ataque por su oposición a la figura de
Stalin. También por cómo el autor desmenuza lo que fue la evolución del sueño
comunista que surgió tras la revolución de 1917, y la realidad en que se
convirtió 10 años después, lo diferente que fue esa realidad frente a lo que se
había soñado.
Este tipo de golpes de realidad siempre me ha parecido
fascinantes. Cómo cambian las sociedades tras alcanzar un ideal por el que han
luchado muchos años. Ha pasado en todo tipo de culturas y religiones. Pasó con
Atatürk, tan denostado ahora en su propio país que ha traicionado por completo
los principios de la república turca laica que él instauró, pasó con Adolfo
Suárez, para el que sobran las palabras, y con tantos otros líderes políticos a
quienes se ensalza cuando defienden un ideal utópico y que cuando, por azares
de la fortuna y la lucha lo alcanzan, lo que les rodea acaba fagocitándolos y
casi revolviéndose en contra de lo defendido.
Eso fue sin duda lo que sucedió en los primeros años de la
Unión Soviética, una vez que el temido estalinismo se instaló en una sociedad
que pasó a ser oprimida y masacrada sin conmiseración. Ni democracia, ni
igualdad, ni política social. Todo supeditado al poder del todopoderoso partido
comunista y justificado a cualquier precio, el precio de 20 millones de muertos.
Es muy interesante cómo Leonardo narra las sinergias y
conexiones que había desde Moscú al partido comunista español y cómo éste era
dirigido hasta los más mínimos detalles sobre cómo debían actuar, contra quién
y cómo debían hacerlo.
La novela narra 3 espacios temporales distintos, el exilio
de Trotski, primero a Turquía, único país que lo aceptó, después a Noruega y
finalmente a México. Por otro lado, la realidad de Ramón Mercader y sus alter
egos en la España de la guerra civil y finalmente la vida de Ivan, el aspirante
a escritor cubano que conoce al hombre que amaba a los perros y que es quien le
contará la verdadera historia y relación entre Ramón Mercader y Trostki.
Resulta especialmente lacerante el baño de realidad final, el
saber que el sacrificio que hizo el español Ramón Mercader por un supuesto
ideal, por la defensa de una ideología desde el más puro estado teórico, con el
anhelo de convertirse a posteriori en héroe, terminó en 20 años de cárceles mexicanas
y el abandono más pueril, a pesar de que en sus últimos años, y ya con Stalin
bajo tierra, se le resarciera en algo su aportación al terror estalinista de otra
época. O sea, utilizado, engañado y tirado a la basura como un elemento más de
la represión que Stalin instauró en la URSS.
Es curioso, recuerdo cuando he terminado la lectura una
anécdota (como él la llamaba) de mi agente comercial en Rusia y Bielorusia que me
explicaba cuál era la fórmula de la felicidad para Stalin: Arrebatarte todo de
forma absoluta (material y espiritual), reducirte a la nada y después, ir
dándote gota a gota pequeñas cosas que te parecerían un tesoro. Pues eso fue el
estalinismo, la alienación de sus ciudadanos y destrucción por completo de una
sociedad.
El hombre que amaba a los perros es una gran
novela. Es un testimonio valiente de los entresijos del poder que tuvo Moscú durante
muchos años, de cómo las críticas internacionales durante décadas fueron
dirigidas masivamente hacia Hitler cuando tendrían que haber tenido por igual a
ambos demonios, responsables de igual número de muertes. Y de cómo la lucha por
un ideal político teórico se da de bruces con la cruda realidad cuando aterriza
en él para descubrir que está lejísimos de aquello que se defendía.
Una novela con la que aprender, disfrutar y afrontar la
reescritura de la historia que tanto hemos escuchado.