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domingo, 9 de febrero de 2020

Despedidas


Llevo un tiempo reflexionando sobre cómo las despedidas marcan el rumbo de nuestra vida siendo factores externos que, en ocasiones no dependen de nosotros, aunque en otras sí. La reflexión me vino a la mente hace unos meses cuando estaba en la cola para facturar el equipaje en un viaje de vuelta de Mashhad (Irán). Decenas de personas engrosaban una fila que luego en realidad era muy pequeña, pues la mayoría eran familiares que iban a despedir al familiar que se iba de Irán. Por la intensidad de los llantos y la efusividad de los abrazos me puse a imaginar que quizá se trataba de un viaje sin retorno para algunos de ellos. Padres que ven decir adiós a sus hijos, quizá buscando una vida mejor. Parejas que se separan en busca de un trabajo, y amigos que no saben cuándo se volverán a ver. Me resultó un momento tan empático que cuando me quise dar cuenta algunas lágrimas corrían por mis mejillas. 

Cuando me pude reponer de aquel momento de tristeza, di gracias por pertenecer a lo que entendemos como mundo occidental, por no tener que emigrar para buscar una vida mejor, por saber que por muchas idas que yo haga, siempre habrá tantos retornos a casa, donde mi familia me estará esperando. Que la relación con ellos será real, será de piel y no de virtualidad ni videoconferencia. 

Debe ser muy duro emprender un viaje que sabes que te llevará a un nuevo destino, quizá desconocido, probablemente mejor, pero del que intuyes será difícil retornar. Y todo aquello que dejas atrás, quedará únicamente en tu recuerdo. Un cambio que determinará el devenir de muchas vidas, de aquellos que toman el camino de ida, pero también de los que se quedan, pues sus vidas también se verán irremediablemente afectadas por la ausencia de quien se marcha. 

Y recordando mi infancia, me doy cuenta de cuánto me ha pasado a mí ,que soy un ser de muchas y de ninguna parte: Amigos del colegio que se fueron de Belchite a la capital (tan cercana ahora) para nunca volver cuando era niño, algo que para un tímido recalcitrante como era yo supuso un pequeño colapso, amistades efímeras de verano de aquellos que venían de veraneo y cuya relación con nosotros duraba lo que duraban las vacaciones, sabiendo que quizá no retornarían el año siguiente. Luego la vida va cambiando, te mueves tú a un colegio en otro sitio, tu relación con tus amigos de siempre cambia porque ya no los ves a diario… luego comienzas en la Universidad sin conocer a nadie y haces nuevas amistades que, cuando te vas a buscar la vida, al finalizar, también quedan en cierto modo atrás, y esas despedidas van dejando un reguero de ausencias y presencias que van determinando tu devenir y tu vida. Si echo la vista atrás, siento cierta nostalgia, de los momentos felices vividos, de las amistades disfrutadas, del amor recibido y entregado, y de muchos momentos que sé que nunca volverán a darse porque forman parte de lo efímero de la vida en cada momento.
Y esa nostalgia (que también podría llamar melancolía) siempre me ha llevado a cambios positivos. En algunos recuerdo perfectamente el momento de la toma de decisión y el instante en que me dije a mí mismo: esta decisión va a cambiar tu vida ¿Seguro que la quieres llevar a cabo? Y luego me contesté que sí. Y así fue, a mejor.

Y heme aquí que he escrito esta reflexión viendo una serie de Netflix que me tiene enganchado: Merlí, en el capítulo en que Bruno decide irse a Roma. Una serie en la que la filosofía es el centro en torno al cual gira toda la trama. Algo digno de admiración.

¿Cuál será mi próxima despedida, si es que la hay? ¿Adónde me conducirá? Intuyo que la siguiente será la despedida de mis hijos cuando se independicen, momento que sí, definitivamente, cambiará también mi vida.


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