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martes, 11 de febrero de 2020

Ride: O la reinvención del ruido musical


¿Qué se le puede pedir a una banda surgida a finales de los ochenta que triunfó a principios de los noventa y no superó la década de fin de siglo? ¿Qué se puede esperar cuándo se produce su regreso veinte años después? ¿El fan de los ochenta pretende escuchar lo mismo veinte años después? O bien ¿aspira a escuchar una evolución de su música, una adaptación a los nuevos sonidos?


Son preguntas difíciles, porque normalmente cuando nos hacemos fans de un grupo lo hacemos en un momento dado de nuestra vida que va acompañado de circunstancias, situaciones y momentos vivenciales concretos. Y eso no puede reproducirse veinte años después, por lo que probablemente tampoco tenga sentido sentir nostalgia de aquel sonido.

Hace unas semanas asistí al concierto de Ride, el grupo formado en Oxford en 1988 al albur de las bandas de “noise” del momento, en torno al sello Creation. Con la inspiración de grupos de éxito como My bloody Valentine, The Jesus & Mary Chain, House of Love o Sonic Youth. He de confesar que los descubrí porque formaron parte del cartel del concierto en Hyde Park que The Cure organizó para celebrar su 40 aniversario. Y a partir de ahí empecé a investigar y escuchar su historia. Y entonces entendí por qué no los conocía, algo raro, cuando todas las bandas que he indicado antes y otras muchas del momento eran mis grupos favoritos de aquel momento. Sin embargo, nunca escuché a Ride.
Pues bien, se da una paradoja en mí. Yo considero que una canción es en un 90 % su música y le doy muy poca importancia a la letra. Sin embargo, no me gustan los grupos en los que no se entiende al cantante. Ya sé que es una paradoja, puesto que si no considero la letra importante, ¿para qué necesito entender al que la canta? Pero es una paradoja que ahí está. Me pasa lo mismo con Los Planetas y otros grupos similares. Al cantante de Ride no se le entiende nada. ES un murmullo continuo e inconcreto que contribuye a que las canciones suenen muy parecidas. Es de alabar la carga de ruido y distorsión que infunden en ellas y eso les hace muy potentes musicalmente, pero potencia y homogeneidad hacen de ellos, quizá, un grupo más de noise, y no “el grupo” que pudo triunfar en aquel momento.


El concierto en sí estuvo bien. Ellos entregados, atmósfera extasiada y edad media del público superando los cuarenta. Hubo hits, incluso hubo gente que se los sabía, pero no hubo magia en mi opinión. Me quedo con lo potente de su sonido y con su retorno de 2019, su álbum This is not a safe place, que recomiendo a todos aquellos que. como yo, acaban de descubrir a esta banda que tiene más de treinta años.


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