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viernes, 14 de octubre de 2022

El comunismo por los suelos

¡Ya estamos otra vez con las cuclillas! ¡Pero qué manía tiene esta gente con hacerlo todo en el suelo! Definitivamente, mis rodillas no van a aguantar. Tengo que cambiar la estrategia para que me lleven a un despacho con mesa, como Dios manda…

Para esto me he puesto yo mi traje, mi corbata, mis zapatos de piel y mi cinturón, con la intención de estar presentable frente al presidente de la compañía vietnamita que iba a visitar hoy, para que ahora me reciba el tal con un pantalón desarreglado, una camiseta de propaganda vietnamita y unas chanclas,  tenga yo que descalzarme (menos mal que los calcetines no tienen ningún agujero…) quitarme la chaqueta, aflojarme el cinturón para que mi grasa abdominal no rebase por encima y estalle, y sentarme en la posición del loto en un cojín de apenas 2 cm de grosor en el suelo, frente a una tabla-mesa suspendida apenas un palmo del mismo…

O sea, a la postura de los campamentos (claro, cuando tenía 12 años era genial), ahí, metiendo la tripa, crujiendo las rodillas y sudando por el calor, a vender la empresa y los productos. Seria tarea mientras además tengo que estar bebiendo continuamente este té insulso, de color cercano a la orina, ardiendo a más no poder. Después de 3 tazas continuas ya les he pillado el truco. En cuanto ven tu taza vacía te la rellenan sin preguntar. Mejor no bebo más.

El surrealismo que me acompaña en mi retorno a Vietnam desde 2018 está llegando a cotas inesperadas. La ristra de espejismos y flashes inverosímiles continua día tras día. Al principio fueron las tiendas de cortinas de salón expuestas en plena calle tipo mercadito a modo de altar, con una lluvia torrencial alrededor del toldo de plástico que, milagrosamente, evitaba que se mojasen. Después, la bandera del partido comunista ondeando al lado del símbolo de McDonalds o junto a las mega tiendas de Prada o Salvatore Ferragano. Para continuar con la asistencia a una misa católica impartida en vietnamita y terminar con un cuadro de baile de jóvenes junto a una chica cantando (supuestamente) el mega hit Despacito en un castellano macarrónico.

Vietnam siempre me ha parecido un destino tranquilo, por la afabilidad de los vietnamitas, la cadencia de sus ritmos de trabajo, sosegado y sin estrés y la comidibilidad de su gastronomía, lejos del picante y aceitosidad de otros países vecinos. Siempre he tenido la sensación de estar ante una sociedad muy estructurada, muy de régimen pro-soviético, donde cada uno tiene una función y nada más que una función, sumergido en una burocracia ralentizadora de la vida y los negocios.

A pesar de los pesares, quiero imaginar que algo del viejo espíritu constructivo primigenio del comunismo debe quedar aquí todavía, en cuanto a labor social y servicios mínimos otorgados por el estado. Pero ¿tiene sentido eso en pleno 2022? Quiero decir, dado que es obvio que Vietnam está ya sumergido en la economía del mercado capitalista y en la globalización, ¿qué diferencia hay con cualquier otro país de la zona que no se declare como tal? Quizá solo me cuestiono esto por un romanticismo arcaizado del viejo comunismo que siempre fracasó cuando se llevó a la práctica. Tal vez es el hecho de encontrarme todas las cadenas mundiales de comida rápida y de ropa, lo que me hace pensar que ya no queda esperanza y que cualquier rincón del planeta será ya igual a todo lo demás, o la masiva utilización de iphones y redes sociales alienantes, por no hablar de la proliferación de centros comerciales estandarizados a la usanza occidental hiperconsumidora.

No sé, al menos hoy he probado por primera vez en mi vida la Jackfruit, una fruta que nace directamente del tronco de su árbol. Y llego yo todo contento al hotel a contar la experiencia a mi familia y voy y leo en el buscador megamundial algo de esta fruta y resulta que ya también se ha puesto de moda entre los veganos en occidente…

¡Ay! Ni la fruta autóctona respetamos ya. Y no hablemos del comunismo, porque ese, ese sí que ha terminado por los suelos.

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