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sábado, 25 de junio de 2022

Todos somos culpables - mi crónica de lectura

Comienza esta novela de Alberto Vázquez Figueroa con una sentencia completamente cierta. Todos, todos somos culpables en mayor o menor medida de las injusticias sociales, de la explotación de los más débiles, del auge de los poderosos y de la corrupción.

Quizá nuestra conciencia se tranquiliza con pequeños actos diarios, con una crítica clara hacia la corrupción política, casi siempre cuando ocurre en el partido al que no votamos, o con la clara y enorme distancia que nos separa de los lugares donde la explotación del ser humano débil, tiene lugar.

Pero eso no nos exime de la culpa, ese concepto tan cristiano que en esta novela de Alberto tantas veces aparece.

La doble trama que se solapa es muy interesante: por un lado el conflicto de un mega contrato en Tierra Santa, donde, se pise donde se pise, siempre se molesta a alguien. Siempre hay un interés contradictorio y antagónico que hace que se posicione a favor o en contra de uno mismo. Y en el caso del proyecto de construcción de una desaladora para llevar agua potabla a Jordania ocurre en mayor medida.

Esa subtrama se entremezcla con la del deseo de asesinato de un gran magnate. Un todo poderoso con una fortuna de la que ni es consciente, con influencia política, geográfica y social a todos los niveles de la estructura de la sociedad que, por contraposición, está casado con un alma blanca. Una mujer diez, atractiva, perfecta, pero que, a pesar de su naturaleza buena, acepta vivir con una persona como Romain Lacroix, cuyos negocios generan tanta maldad y explotación como desarrollo.

La tercera pata que une ambas tramas es Gaetano Derderian, un investigador atípico, con principios, quizá en algunos momentos desdibujado pero sin duda impulsor de todo lo que sucede y que trabaja de forma inteligente.

Una novela que se cierra de forma clara y satisfactoria para el lector-investigador. Ágil, entretenida, curiosa por los escenarios donde transcurre y desde luego con un transfondo social claro que nos lleva a la reflexión.

Una vez más, Alberto Vázquez-Figueroa me ha atrapado con su creación.

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