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sábado, 15 de agosto de 2020

ALEGRÍA - mi crónica de lectura


La primera sensación que me viene a la mente tras terminar la nueva novela de Manuel Vilas, Alegría, es la ausencia de la misma. Quiero decir, que la lectura me ha transmitido otros sentimientos, nostalgia del pasado y de su infancia, añoranza de sus padres muertos, cierta indiferencia por su presente éxito literario o incluso perplejidad ante algunos hechos y realidades del mundo actual. Pero no veo la alegría, no la siento. Aunque el autor la menciona a lo largo de sus reflexiones, no me parece que el narrador (en primera persona) la esté disfrutando o sintiendo. No sé si debe ser así o es una impresión errónea por mi parte como lector.

Pero que suceda eso tampoco me parece significativo, porque la novela, finalista del premio Planeta 2019, está llena de maravillosos recovecos de cotidianidad, realismo costumbrista actual, reflexiones de alguien entrado en los cincuenta y sus recuerdos de los setenta y ochenta y sobre todo, de ADN aragonés. No me malinterpretéis, no vengo yo aquí a ensalzar la “raza aragonesa”, algo que no estaría mal, dicho sea de paso, pero es que muchas de las cosas que cuenta Manuel, y sobre todo la manera en que las cuenta, me son tan cercanas, tan … de Aragón, que me acercan todavía mucho más a su novela.

Me parece prodigioso el párrafo en el que explica cómo se cabrea un aragonés en Chicago, simplemente magistral.

La novela no sigue una cronología al uso, es más una evolución de las reflexiones del yo narrador sobre lo que va pasando en su vida, principalmente en su gira de presentación de su anterior novela, en la que hablaba sobre la vida de sus padres, que ya reseñé en este mismo blog


Y es muy interesante la relación con sus hijos, a quienes imparte nombres musicales y sobre todo con su otro yo llamado Arnold, ese que le agobia y le escucha en tantos momentos de su trayectoria.
Manuel utiliza el lenguaje de forma que nos parezca coloquial, aunque no lo sea. Cuando leo sus párrafos me parece estar escuchándole a él, tomándose un café en frente de mí y charlando como si fuésemos dos amigos de toda la vida. Tiene esa habilidad por la que transmuta el lenguaje literario, de calidad, en algo natural y cercano al lector de a pie. Y eso es sin duda el enorme éxito que te hace sentir esta novela como una charla, como algo que podríamos escuchar en cualquier momento y que está cerca de nosotros como lectores.

No es extraño que haya sido finalista este año (todavía no he leído el ganador del Planeta), porque Alegría, aunque adolezca de ella misma, es una delicia para las lecturas de las tardes de agosto, una que yo he disfrutado con mucha, mucha ALEGRÍA.

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