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martes, 17 de septiembre de 2019

Les grands ballets canadiens de Montréal - Teatre Liceu de Barcelona


Hoy he decidido poner un paréntesis a la vorágine de trabajo, estrés y tensión que genera la vida alocada que vivimos, la acelerada existencia que el capitalismo nos obliga a surfear y la tremenda depresión que nuestros políticos nos generan por no tener los bemoles para entenderse.
Sí, he decidido meterme en una burbuja, y ha sido una pequeña nébula de creación artística atemporal protagonizada por Les grands ballets canadiens de Montréal, una compañía de danza contemporánea con 60 años de experiencia, bajo la dirección artística de Ivan Cavallari que ha ejecutado dos piezas: Por primera vez en España, “Stabat Mater” de Pergolesi, con coreografía de Edward Clug, coreógrafo rumano de talento emergente en Europa, y la Séptima sinfonía de Beethoven, con coreografía de Uwe Scholz.

Han sido dos partes muy distintas, que aglutinan el ADN de esta compañía de danza, compuesto de vanguardia y clasicismo a partes iguales.

Stabat Mater es el llanto por la pérdida de un hijo. Las voces de la soprano Kimy McLaren y la mezzosoprano Maude Brunet nos han acercado al dolor, a la desolación por la pérdida, la mayor tristeza que una persona pueda sufrir y la coreografía ha sido por momentos orgánica, pero compuesta de movimientos geométricos, repetitivos, en algunas ocasiones. Hombres que se hacen líquidos y deben ser mantenidos en pie por las mujeres en tacones, desfile de moda en el que las modelos que desfilan caen de lado pero son apoyadas por los hombres, fluidez humana alternativa entre cuerpos que se apoyan y que se empujan y expresionismo corporal que arropa el dolor que circunvala todo el movimiento y arropa a la música ejecutada de forma magistral por la Orquesta Sinfónica del Liceu. Mi sensación ha sido visceral. He sentido dolor y pena. Me ha trasladado por momentos a una distopía futura. En otros he reconocido la muerte de forma muy clara y me he quedado atónito con las relaciones fluidas establecidas entre cuerpos masculinos y femeninos. De 10.


La séptima sinfonía de Beethoven ha sido ejecutada de forma más clásica. Aunque el escenario ha sido igual de minimalista y el vestuario ha sido clásico actual. La coreografía ha recibido gotas de contemporáneo, transformando los movimientos clásicos de baile en una amalgama de creación atemporal. Quiero destacar la gran calidad de l@s bailarin@s, la impresionante totalidad en el escenario de sus solistas y la visualidad de los cuadros de baile, por momentos con 24 bailarines en el escenario. Beethoven y su música son siempre un clásico, pero cuando lo escuchas y lo miras, vestido de ballet contemporáneo, adquiere un estatus superior. La coreografía montada por la compañía canadiense es rotunda, repetitiva pero amplia y los finales, sin ser rotundos como en las grandes obras levantan el aplauso continuado.

Muchas veces sucede que cuando el adjetivo “contemporáneo” acompaña a cualquier arte, a éste le aparece un interrogante, sobre si lo que vamos a observar es realmente arte o simplemente un producto del marketing actual. Pero en este caso la compañía de danza ha resuelto el interrogante con rotundidad. Mi inmersión en la danza contemporánea da otro paso más, sube mi indicador de gusto por ella y me hace, más con cada representación a la que acudo, un fan absoluto de la misma.


Y además ha sido mi primera vez en El Teatre Liceu de Barcelona que es, en sí misma, ya una contemplación del arte.


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