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miércoles, 11 de noviembre de 2020

Secretos en alcanfor - mi crónica de lectura

Siempre he pensado que M. Carmen Castillo Peñarrocha tiene una forma muy original de escribir. Es una especie de cuenta cuentos que ofrece una mezcla de cotidianidad con ilusión, entretenimiento e intriga, a través de una prosa tranquila, que fluye natural, sin grandes aspavientos ni pretensiones con el ánimo de situar al lector en su historia, como un habitante más del mundo tan personal que crea en cada una de sus historias.

Tenía mucha curiosidad por leer esta novela, Secretos en alcanfor, de la que había oído hablar muy bien y la tranquilidad de mi pueblo, en un fin de semana de noviembre lluvioso, ha sido el marco ideal para devorar su lectura en dos tardes estupendas.

La novela tiene muchos elementos que me encantan como lector: Un colegio de pueblo, de esos en los que los niños de todas las edades van a la misma aula, una maestra que huye de la vorágine de la ciudad para resguardarse en la búsqueda de algo, de sí misma, de otra vida y por supuesto, la idiosincrasia y particularidad de la vida y las costumbres de los habitantes de un pueblo pequeño, en el que todo se sabe y todo se comenta, para lo bueno y para lo malo.

Y en ese marco ideal, en los añorados años ochenta y tan cercano a todos los que “tenemos pueblo”, discurre una trama muy interesante, que une presente y pasado, dando saltos en la investigación que su protagonista lleva a cabo, con toques de lucha por los más desfavorecidos, de reivindicación de la mujer y de restablecimiento de la justicia que los poderosos siempre intentan (y muchas veces consiguen) impedir para favorecerse a sí mismos.

Secretos en alcanfor transcurre en El Roquedal, un pueblo subido en la montaña, pero podría suceder en cualquiera de los pueblos que todos conocemos, yo me imagino más de uno. Y reconocemos muchos de los personajes de la novela en otros que hemos conocido, en el tendero, o el alcalde, o cualquiera de los que M. Carmen ha creado. Son auténticos, tienen alma, sentido y particularidades que los hacen reales.

¡Cómo me hubiera gustado llegar a mí a esa casa que el ayuntamiento ofrece a la maestra (y que por ejemplo en mi pueblo en los setenta y ochenta también sucedía) y descubrir todos los secretos que escondía ese desván! Me encantaría tomarte un chocolate caliente con churros con cualquiera de los personajes, con el cabrero, o con doña Encarna. Todos ellos tienen una conversación de tarde, de esas que te hacen descubrir un mundo real, alejado de redes sociales y postureos y cercano a la tierra, a la cercanía y a la autenticidad.

La novela tiene también un final “comme il faut” que no puedo desvelar, pero que redondea una historia perfecta, te regala una sonrisa y te hace cerrar el libro con un suspiro y con el alma calmada y tranquila, algo que en los tiempos que vivimos es de agradecer muchísimo.

Me quedo con muchas ganas de leer de nuevo a M. Carmen. Espero que pronto nos ofrezca otra novela y seguro que nos transportará a su mundo tan especial.

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