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viernes, 8 de mayo de 2020

Sueño en azul marino

Sofía Yanke tuvo un éxito fulgurante en el mundo del arte. Tras una primera etapa de impresionismo evolucionó hacia la abstracción, su gran pasión. Un éxito que para ella era algo artificial. No podía creer que tras sólo cinco años de creación pictórica hubiera llegado a exponer en el museo Reina Sofía y que tuviera una exposición permanente en el IVAM de Valencia.

Los periodistas se pegaban por conseguir sus entrevistas en programas de televisión, o en revistas especializadas, y su nombre siempre aparecía en los listados de las figuras más innovadoras de la cultura y el arte español.

Pero ella era crítica con la fama y con los expertos que la habían encumbrado. A menudo encontraba vacíos los comentarios sobre su obra, ya que solían quedarse en lo inmediato del efectismo abstracto, sin profundizar en su significado. Criticaba sin miramientos la superficialidad del mercado del arte contemporáneo. y era una inconformista que chocaba con los postulados de moda, pasajeros e intranscendentes, desde su punto de vista.

Cecilia Arnáez era una amante frustrada del arte abstracto y pintora en soledad. Su trabajo mundano como técnica de conservación relegaba su arte a la categoría de hobby. Malgastaba su talento en la preservación y reparación de obras de arte antiguas que, gracias a ella, volvían a la vida para el gran público, una labor encomiable y completamente anónima.

Cecilia acudió a una exposición de la Fundación Ibercaja en Zaragoza. Los cuadros expuestos le parecieron maravillosos y su experiencia fue mucho más enriquecedora cuando conoció a su autora: Sofía Yanke, la pintora zaragozana que había triunfado en toda Europa y que había llegado a ser mencionada por la mismísima Ministra de Cultura como ejemplo de mujer comprometida con el arte, talentosa e innovadora.

Se hicieron cómplices nada más conocerse y establecieron una relación muy especial. Sofía, famosa y mediática, en el fondo odiaba la popularidad mientras que Cecilia, artista en su privacidad, anhelaba poder mostrar su arte al mundo. Ambas comentaban a menudo lo falso y arbitrario que era triunfar y abrirse camino en un mundo tan mediático.

La Fundación Ibercaja había cedido una parte de su espacio, la que ocupaban los cuadros que habían sido enviados a restaurar, para que los técnicos que trabajaban en su cuidado pudiesen exponer de forma temporal sus propias obras. Tan insólita propuesta tenía una limitación temporal de dos semanas y Cecilia aprovechó la ocasión para proponerle la idea a Sofía. A ambas les pareció una buena forma de agitar las conciencias de la modernidad y de mostrar la falsedad que rodeaba al mundo del arte en tantas ocasiones.

Cecilia pintó dos cuadros idénticos, uno lo firmó como Sofía Yanke y otro con su propio nombre. Aparecieron expuestos de forma simultánea: El primero en la exposición permanente de Sofía Yanke del IVAM con el título “Mar soñando en azul”, donde fue clamorosamente elogiado y descrito como obra maestra e innovadora del concepto del arte abstracto.

El segundo, bajo el título de “Sueño en azul marino”, en el museo de la Fundación Ibercaja dedicado a los técnicos de restauración.

Su obra fue objeto de críticas demoledoras por algunos de los más importantes críticos de arte que cubrían todas las exposiciones de la red de museos españoles. Sin embargo, durante las mismas semanas, algunos de aquellos críticos y expertos elogiaron hasta lo indecible el cuadro expuesto en el IVAM, que finalmente se vendió por quinientos mil euros a un fondo inversor kuwaití.

Sofía y Cecilia consideraron una obscenidad la cantidad que se había pagado por el cuadro y decidieron hacer público en horario de máxima audiencia televisiva, en el programa Salvados, el documental que ambas habían grabado durante el proceso de elaboración de los dos cuadros, con el mismo pincel, y por la misma autora: Cecilia Arnáez, una desconocida técnica de restauración.

Jordi Évole terminaba su programa entrevistando a alguno de los críticos que se habían pronunciado respecto a ambos cuadros sin darse cuenta de que eran dos copias idénticas. Pero nunca reconocieron lo evidente. Dijeron que lo que se había podido ver en el documental era un montaje que nadie podía creerse. Y Jordi terminaba con una pregunta para el público: ¿Cuál es el verdadero montaje?


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