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miércoles, 27 de marzo de 2019

Perdón y culpa


Perdón y culpa. Culpa y perdón.  Podría ser el título de una película de Almodóvar. Tan anclados en nuestras raíces por la machacona insistencia de la maquinaria de la iglesia, por la inconmensurable perseverancia de la burocracia católica que desde niños nos inculca ambos conceptos, en analogía al bien y al mal. Perdonar es bueno, ser culpable es malo. Quizá sentirse culpable, o sentir la culpa no lo sea tanto. Pero ¿es realmente cierto que la culpa tenga un peso específico como tal? O más bien ¿es un concepto vacío que ha sido llenado de contenido, ideología religiosa y prejuicios conservadores durante siglos?
Es curioso que Culpa y Perdón vayan íntimamente asociados al catolicismo y no tanto a otras religiones. Pero claro, el catolicismo ya comenzó con la culpa de Cristo. Fue declarado culpable y él perdonó a sus justicieros. Con ese comienzo espectacular, cómo no lo vamos a vivir de forma intensa veinte siglos después.
Pero si ya la culpa me parece un concepto abstracto, sin aristas y complejo de entender, todavía lo es más el perdón. ¿Qué es para cada persona el perdón? Algo que se solicita o que se otorga según del lado en el que caiga. Asociado siempre al pasado, ya que no es concebible perdonar algo que va a suceder en el futuro. Y en esa locación temporal pasada, ¿es defendible que se pida o se otorgue un perdón a mucho tiempo vista?
Puedo entender que se pida y se otorgue el perdón por algo perpetrado por una persona, incluso muchos años después, pero de cuyas consecuencias es sin duda responsable. Un ser humano pudo hacer algo, pudo tomar una decisión en el pasado que supuso la aparición de un daño, de una consecuencia negativa para algo o para alguien. Y de ahí que, si el dolor causado fue mucho, se pueda, incluso pasadas décadas necesitar ese perdón.
Pero qué hay del pretendido perdón solicitado sobre acontecimientos sucedidos hace cientos de años. ¿Son los ingleses de 2019 responsables de los atropellos que los británicos llevaron a cabo en la India cuando la colonizaron? ¿O los ciudadanos turcos actuales frente a los asesinatos y avasallamiento de la época Otomana? ¿Qué tiene que ver un portugués actual, de Coimbra, mismo, con un conquistador del siglo XV? ¿Hay algo que podamos reprochar a un sacerdote actual, que predica en su parroquia de forma cotidiana de lo que perpetró la inquisición durante siglos?
Es esto lo que el presidente mexicano pretende ahora, que Felipe VI pida perdón. Y yo digo, perdón ¿por qué? O sea, en qué concepto genérico se pueden sintetizar cientos de años de colonialismo de modo que con una simple frase se pueda solicitar el tan supuesto perdón.
Lo más grave, en mi opinión, es que se intente juzgar situaciones del pasado con la vara de medir actual. NO podemos juzgar una invasión, una batalla, o descubrimiento del siglo XV con la ley internacional actual de derechos humanos. Si lo hiciéramos no quedaría títere con cabeza. No sólo a esta parte del Atlántico. Los propios mexicanos tendrían que ser también juzgados por tantas otras tropelías que unas culturas indígenas habrían llevado a cabo sobre sus anteriores, colonizándolas y erradicándolas de la faz de su territorio. Rizando el rizo, podríamos aplicar las leyes de igualdad, las de defensa de los niños, los derechos humanos en las culturas que supuestamente fueron masacradas por los conquistadores católicos españoles y portugueses en México y no se salvaría ni el tato. ¿O acaso los hombres mexicanos de 1492 compartían las labores del hogar, cuidaban de los niños, permitían que la mujer tomase decisiones trascendentales en la vida cotidiana y gobernaran sus territorios?
Así pues, como dijo una famosa política (a la que mejor olvidar por ahora) manzanas con manzanas y peras con peras. No vamos a aplicar la ley general de enjuiciamiento criminal a un grupo de españoles que desembarcó después de meses de navegación en tierras del Caribe al final del siglo XV. Es un completo sinsentido.
Así que señor Obrador, desde aquí le digo, deje usted el pasado en paz. Afronte el futuro, luche contra la política absurda y totalitarista de Trump, busque aliados en América y en Europa, España estará de su lado sin ninguna duda. Y deje por favor también en paz la iglesia. Afortunadamente en el siglo que nos toca vivir la religión es ya (o debería ser) sólo un tema privado e íntimo, nada que ver con la política de las naciones.

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