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viernes, 15 de febrero de 2019

Defender lo masculino


Parece que estamos en época de reivindicaciones de género. De apoyo y defensa de lo proclamado, lo establecido y creado por las personas de nuestro mismo género con la intención de visibilizarlo, de darle normalidad y de anteponer la discriminación positiva como arma de lucha activa en el siglo XXI.

Es hora de descubrir y apoyar al cine hecho por hombres, la política ejercida por ellos, la literatura masculina, la alta cocina o la innovación en la moda llevada a cabo por exponentes del género varonil. También de ensalzar los éxitos del deporte masculino, de los descubrimientos e investigaciones pioneras en materia de ciencia así como la pintura u otras artes escénicas como el teatro, de la mano de novedosos directores que rompen con lo establecido y contribuyen al avance de la vanguardia.

Y entonces tenemos que ponernos a analizar el detalle, yendo de la categoría general (por ejemplo, el cine o la literatura creados por hombres) a la especificidad de cada uno. ¿Tiene acaso algo en común el cine realizado por un director blanco europeo joven progresista y gay con el de uno japonés superados los sesenta, heterosexual y conservador o con el de un excéntrico director holandés inclasificable o tal vez con el de uno entregado a la causa comercial del mainstream de Hollywood y las sagas multi vendedoras de cine para consumo?

¿Acaso por el simple hecho de que todos ellos pertenezcan al género masculino podemos colegir que existe una línea común de pensamiento, actuación, oficio o entendimiento? Me aventuro a aseverar que la respuesta no es tan simple. Más bien yo diría que es mucho más compleja. Probablemente los cuatro ejemplos mencionados estarían en las antípodas unos de otros en su propuesta audiovisual, su concepción de la cinematografía, de los temas que abordarían y de la perspectiva desde la que lo harían. Si ya el ser humano es complejo en sí mismo, cuando mezclamos otros parámetros que influyen en el comportamiento, como pertenencia geográfica, étnica, religiosa, preferencia sexual y tendencia política, nos sale una matriz de caracteres enorme que nos llevan a concluir que cada hombre, cada escritor, cada director de cine, cada investigador y cada político son un mundo en sí mismos.

No creo que sea posible extrapolar a todo el género masculino lo que un determinado grupo (pequeño o incluso grande) realice o defienda. Si yo mismo aplico esta extrapolación a mí mismo, puedo concordar al 100% con determinados planteamientos y el 0 % en otros muchos, pasando por una amalgama larguísima de puntos intermedios.

Dicho más sencillamente. No creo que exista algo que se pueda llamar “literatura masculina” o “cine hecho por hombres” o “formas de hacer política masculina”. Me parecería una hipersimplificación sin ningún sentido.

Y ahora para terminar este relato-reflexión os propongo que cambiéis en todo lo que habéis escuchado la palabra hombre por mujer, el concepto masculino por femenino y los adjetivos terminados en o por los mismos terminados en a y el artículo se convertirá en un calco de su esencia fundamental.


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