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sábado, 11 de noviembre de 2017

ESCRITORES SINGULARES-25: NINA PEÑA


Nina Peña es una ESCRITORA SINGULAR. Con dos novelas ya publicadas de títulos muy sugerentes: ¿Cómo que a qué huelen las nubes? y la última que ya estoy disfrutando con deleite inconmensurable, Rosa de los vientos, además de varios volúmenes disponibles en Amazon: Las Sufragistas, 8 Cuentos perdidos, Palabras que sanan, Poemas irreverentes y Némesis, Nina es una escritora consolidada. No solamente porque su prosa haya adquirido esa madurez propia de quien lleva ya una trayectoria serena y creciente de experiencia y oficio, sino porque su activismo en el mundo de la literatura no es tangencial.
Colabora con la revista literaria Umbral y participa en la web “5 palabras” como escritora solidaria.
Participa, promociona, divulga y cotidianea el mundo literario haciéndote muy sencillo acceder a él de mano de su invitación a sumergirte en sus historias.
Por si no fuese suficiente, publica un blog literario en el que cuelga sus relatos y reflexiones, muchos de ellos relacionados con el activismo feminista, del que hace gala educacional, y que nutren buena parte de las tramas de sus novelas. Os recomiendo haceros seguidores del blog, cuyo enlace dejo aquí

Con Nina he descubierto a una escritora barroca, completa, que practica el oficio, lo cultiva, lo documenta a conciencia, lo critica, se critica a sí misma, se cuestiona y se corrige para mejorar sin límites y con la conciencia de intentar ser siempre mejor escritora y creadora.

A continuación comparto con todos vosotros, lectores, un relato mágico, rebosante de vida y energía, orgánico, titulado  El alma del bosque.

Leedlo, merece la pena. Y para que conozcáis un poquito más a su autora, una breve entrevista a continuación.
EL ALMA DEL BOSQUE
Aquel árbol había nacido de nuevo entre las ramas rotas de un tronco partido por accidente.
Cercenado bruscamente, se había resistido a morir y a languidecer en medio del bosque como un pequeño tocón más.
Su espíritu, empeñado en sobrevivir a los fríos inviernos del clima, había fortalecido sus raíces en las cuales depositaba toda la rabia de una vida perdida y la esperanza de un verde futuro.
Habían pasado años de dulce sopor en los que se curaba las heridas traumáticas del accidente y se acostumbraba a su nueva forma, no más alta que un arbusto, pero llena de un impulso nuevo, de un aliento distinto que le empujaba a crecer  poco a poco pero con firmeza. Su ambición era sobresalir por encima de los otros árboles y poder ver al menos los tejados de las casas de aquel pueblo cercano que tiraba de él casi como una llamada, como el canto de sirenas legendario, que no podía dejar de escuchar.
Veranos de sol y otoños de lluvia, primaveras en que el bosque se llenaba de aromas y flores silvestres, moras y pájaros cantores que no se posarían sobre él hasta que no alcanzase la altura necesaria para ponerlos a salvo de las alimañas. Setas y hongos. Algún tesoro trufado entre raíces viejas. Viento que aún no llegaba a mecer sus ramas pero que las acariciaba con dulces dedos de amante. Susurros de vida lejanos que él se empeñaba en escuchar por encima de los ruidos sordos de las pisadas de  ratones y los vuelos rasantes de abejas o colibríes.
Creciendo poco a poco, año tras año. Con lentitud pero con firmeza.
Cuando el niño llegó por primera vez hasta él, supo que sólo por eso había estado creciendo. Reconoció el motivo por el cual había puesto tanto empeño en vivir, en renacer, en seguir existiendo.
Aquel niño, algo más pequeño que él en altura, lo observó serenamente, escuchó su silenciosa letanía de ser herido, acarició su tronco aún liso y decidió, en un instante, que aquel sería su lugar secreto en el bosque, firmando así un pacto de amistad y apoyo que duraría tanto como su existencia mortal.
Los inviernos eran fríos, largos y oscuros, plenos de lluvias que hacían aparecer el musgo en las piedras y daban el vigor suficiente a sus raíces como para seguir creciendo. Sus ramas, cada día más largas y altas, se dividían con una lentitud casi  mineral  en dos grupos muy diferenciados; unas crecían hacía arriba para poder alcanzar el sueño de otear los lejanos tejados y otras hacía abajo para formar una cueva vegetal que aislara al niño del resto del mundo cuando volviera a verle.
Primavera tras primavera, verano tras verano, el niño volvía.
Era un niño solitario y triste que necesitaba escuchar una voz que le contara cuentos, y a falta de una madre que lo hiciera, escuchaba su propia voz en la reverberación del bosque.
Se sentaba junto a él apoyando la espalda en su tronco y leía en voz alta cuentos infantiles o jugaba entre las ramas a juegos inocentes de niñez, siempre al abrigo de sus hojas, a la protección de sus largos brazos vegetales. Contaba cada año los sarmientos nuevos, observaba los tallos recién nacidos y los brotes primaverales y seguía visitándolo día tras día en largos veranos de sol y luz, en otoños lluviosos en que se convertía en un paraguas frondoso, algún domingo de invierno en que salía el sol y el bosque olía con los perfumes del agua y de los mantos de vegetación que cubrían el suelo.
El niño y el árbol crecían juntos.
Los arbustos de alrededor no podían esconder su envidia, pero los árboles viejos, que habían visto a generaciones de niños leer cuentos sentados sobre sus ancianas raíces, le avisaban de que los humanos, por lo general, sólo llevaban tristezas y muerte al bosque, y que la felicidad o la amistad con personas, era algo tan efímero que pasa por la larga vida de los árboles como un soplo momentáneo en una larga existencia de soledad.
No valía la pena tomarle demasiado cariño a un niño. En primer lugar porque crecía y terminaba por olvidarle, y en segundo lugar porque un árbol no puede permitirse el lujo de amar a quien tiene el poder de quitarle la vida en sus manos.
Cuántos árboles bellos y centenarios, incluso milenarios habían muerto bajo el hacha del hombre. Cuántos bajo su fuego. Cuántos arbolitos jóvenes habían perecido bajo los pies de niños que los arrancaban a patadas o cuántos habían ido a parar llenos de luces de colores al lado de una chimenea, dentro de una casa en la que se asfixiaban, con las raíces dentro de macetas vacías, sin tierra, que los iban matando lentamente.
Cuántos bosques y laderas consumidos por la mano de los hombres, por su desidia, por sus intereses, por su ambición o su olvido.
No valía la pena amar a los humanos, le decían, quizá eran la peor especie de depredadores.
Pero su niño volvía y el árbol renovaba la fe.
Cada año le costaba un poco más reconocerle. Su voz, así como su altura y su rostro habían ido cambiando con los años. Sus lecturas adquirían tintes más dramáticos y serios, sus pensamientos se iban haciendo más profundos, sus impulsos más primarios, y sus pensamientos más llenos de matices contradictorios. Cada vez era menos niño, pero sentado a sus pies, con un libro en las rodillas y leyendo en voz alta, recuperaba y reconocía ese espíritu libre y sereno.
 Un día de primavera, cuando desde sus ramas más altas ya comenzaba a ver los tejados de la población vecina, aquel niño volvió completamente cambiado. Durante un largo invierno su alma se había bifurcado y sus impulsos estaban siempre al acecho, combatiendo con sus pensamientos y contrarios a sus acciones; estaba enamorado.
Hasta él llegó un día con compañía de otro ser y se sentaron juntos a leer nuevos libros, ignorando las caricias de sus vegetales dedos y sin detenerse a contar los nuevos brotes o a admirar su nuevo follaje de un verde intenso que transparentaba con el sol.
Solo veía verde en los ojos de aquel otro ser y solo contaba sus besos.
El árbol supo que debía aceptar aquel nuevo estado e hizo crecer las ramas aún más para dar mayor cobijo e intimidad a su amigo.
Fue entonces cuando le hizo daño por primera vez. Un daño que no se merecía, que lo entristeció y que le hizo recordar las palabras que sus ancianos compañeros le habían dicho tantas veces. Una tarde talló un corazón en su tronco con el filo de una navaja. Unos extraños caracteres que para él debían simbolizar algo fueron unas heridas por las que estuvo sangrando durante meses hasta que logró que cicatrizaran en su corteza y que le costó años que cicatrizaran en su espíritu.
Aceptó el dolor con ese sacrificio de quien sabe que lo está haciendo por amor.
Año tras año, verano tras verano, seguía visitándolo, sólo o en compañía de otros seres.
Un verano llego con un pequeño ser, un retoño que poseía su misma mirada y su mismo halo de soledad y ensoñación y que el árbol reconoció como un sarmiento de la misma vid, un brote nuevo en  la prolongación de su misma cepa, y lo aceptó con alegría.
Sus ramas ya se extendían a lo más alto del bosque. Desde las hojas más altas el frondoso árbol ya lograba divisar el pueblo y con el paso de las estaciones, a medida que miraba y buscaba, de dio cuenta de que todo aquel afán respondía no solo a la esperanza de ver a aquel niño que había crecido o a su recién nacido vástago, sino a la rama de la cual provenía.
Debería ser una rama y endurecida y nudosa, esas ramas viejas que cuelgan casi inertes de las partes más añejas de cada árbol, pero en su interior aún correría la savia y aún guardaría el impulso suficiente como para luchar por no secarse y  morir. Tal vez fuera de esas ramas arcaicas que mueren de sed poco a poco o de aquellas otras en que el alimento que le llega no es más que los restos ya amargos que las ramas jóvenes dejan pasar, pero sabía que aquel sarmiento retorcido, del cual provenía el niño, estaba vivo y verde en algún lugar de aquel pueblo, bajo alguno de aquellos techos anaranjados de tejas u oscuros de pizarra.
La vida era tan larga que podía esperarle el tiempo que hiciera falta.
El árbol ignoraba que aquel niño, cuyos brotes verdes iban creciendo con los años, había hablado de él miles de veces a lo largo de su vida a su tronco progenitor y le había rogado otros miles de veces que algún domingo le acompañara a bosque para conocer su árbol favorito, aquel en el que había leído los cuentos que él no le leyó y que le había prodigado las caricias vegetales que él, a veces, se le olvidó prodigar. Aquel árbol que había acunado sus sueños, que había guardado sus secretos, compartido su soledad, que había sido cómplice de sus primeros besos y su primer amor y cuyo cuidado estaba encomendando a sus propios hijos como una continuidad de vida más allá de la vida, entrelazadas en ramas de verdes y sentimentales, frutos que jamás se desprenderían.
Año tras año, el árbol, convertido en el más alto del bosque, esperaba la llegada de aquel que lo evitaba. El niño, convertido también en un árbol maduro y fértil, seguía llegando verano tras verano, sentándose en sus raíces ya al descubierto, acariciando su tronco ya rugoso donde el corazón tallado tanto tiempo atrás había cicatrizado en letras oscuras y por donde,  poco a poco, brotaban las cicatrices de ramas rotas y nudos ocultos que salían a la luz y que dejaban escapar unas lágrimas semejantes a melaza aunque amargas.
La lluvia de muchos inviernos y el sol de muchos veranos no lograban vencer su ansia de ver más allá del bosque ni de esperar.
Fue una mañana de finales de verano cuando unos pasos desconocidos se acercaron lentamente por entre el musgo y las hojas caídas, acompañados de los pasos ya familiares de aquel niño hecho hombre.
En efecto, era un sarmiento ya viejo y retorcido por los años pero en cuyos ojos reconoció el afán que lo había llevado a crecer y por el cual, un día, puso tanto empeño en sobrevivir.
Unas manos rugosas acariciaron su tronco y, toda la savia de su interior se estremeció dulcificándose por la caricia recibida. Una caricia que hacia demasiados años que estaba esperando. De sus brotes más tiernos comenzaron a brotar lágrimas de dulce melaza mientras las hojas, tocadas por el viento, suspiraban entre las verdes ramas. De los ojos de aquel hombre viejo, surgieron lágrimas amargas y de sus angostos pulmones, suspiros de tristeza.
Se reconocieron a través de las almas, y se hablaron por primera vez de todo cuanto en su interior habían estado callando durante tanto tiempo en el idioma que una vez, cuando aquel árbol aún no era árbol y el viejo todavía era joven, habían inventado en secreto. Palabras silenciosas y ocultas al resto del mundo que ambos creían haber olvidado y que, de pronto, recuperaron para poder comunicarse en un idioma que sólo ellos, en su pensamiento, pudieran entender.
Se hablaron de amor y de años, de silencios y esperas, de vidas truncadas y de sueños rotos, de cuentos de niñez y caricias vegetales, de vientos y susurros quietos, de nostalgias y contadas alegrías, haciendo un recuento de todo aquello que deberían haber vivido juntos y que la muerte truncó.
El viejo puso su mano en aquella parte del tronco cercenada tantos años atrás por un accidente y lloró silenciosamente la amarga soledad de viudo que nunca lloró ante nadie para no entristecer a su única fuente de alegría.
El niño entendió entonces las caricias de aquellas ramas, el cobijo y la compañía, la voz interior que le contaba los cuentos que leía y la compañía de aquel árbol que siempre estuvo en su vida y estaría en la vida de sus hijos perpetuando el recuerdo de quien sobrevivió a la muerte, tan solo con la esperanza, de seguir dando amor a los seres a quienes amaba.

ENTREVISTA SINGULAR

1.- Aunque ya eres una autora publicada con varios libros en el mercado, si te dieran la posibilidad de publicar una novela con una gran editorial ¿sobre qué tema te gustaría escribirla? Y ¿Qué límites pondrías a las condiciones que te impusiera la editorial?
Imagino que seguiría con los mismos temas que ahora escribo, no creo que me diera por variar tanto como para hacer algo muy distinto, aunque tengo que confesarte que desde hace algún tiempo me estoy planteando hacer algún tipo de novela distópica, algo que se saliera de mi narrativa habitual, quizá me decidiera por ese camino porque ya lo llevo barruntando desde hace algún tiempo. En cuanto a condiciones editoriales, te confieso que ni idea…

2.- Imagino que como buena escritora que eres serás también una gran lectora, ¿en qué momento del día te gusta más leer?
Cuando tengo tiempo, simplemente. Me inclino a leer por la noche, pero no observo ninguna regla fija.

3.a) En breve comenzaré a leer tu última novela Rosa de los vientos, y espero reseñarlo pronto en este mismo blog. Cuando escribes, ¿qué temas o situaciones te inspiran? O sea, ¿Cómo te enfrentas al folio en blanco?
Me suelo inspirar en situaciones reales, creo que muchas personas se pueden identificar en alguno de mis personajes y de hecho a veces me lo han comentado. El folio en blanco es un gran reto en el cual creo que no vale tanto la inspiración como el trabajo constante.

3.b) Tienes publicaciones tanto en papel como en formato digital ¿Nos puedes contar un poco de tu experiencia en cuanto a la publicación por ambos caminos? Y también ¿qué formato prefieres como consumidora?
Mis novelas en digital nacieron por una especie de pudor mío a reconocer su contenido erótico. Me explico; tanto Las sufragistas como Némesis tienen capítulos de sexo explícito que yo pretendí separar de las que yo, entonces, consideraba novelas serias. Fue una estupidez, sobre todo porque por ejemplo en Las sufragistas hay mucho más fondo político y feminista incluso filosófico, que erótico, de hecho creo que es uno de los libros en que los capítulos de sexo están completamente justificados para entender la progresión del personaje. Creo que fue un grave error tildar así a mis novelas. Continúo en la misma línea publicando en ambos formatos y los publicito indistintamente porque en el mundo independiente en el que me muevo no es tan grande la diferencia. Sigo prefiriendo a nivel personal el libro en papel, pero llegar a todas partes, que puedan leerte en cualquier parte del mundo  es algo que las plataformas electrónicas ponen al alcance de la mano y que hace años era impensable.

4.- ¿Qué te acompaña cuando lees? ¿Y cuando escribes?
No hay nada como un buen café y un cigarrillo para ambas cosas, y a veces escucho música de fondo.

5.- Hoy en día el número de publicaciones es enorme. Hay tal marasmo de novelas, libros de escritores noveles y ediciones clásicas que es muy difícil filtrar y decidir qué es lo que leemos. En tu caso, ¿qué es lo primero en lo que te fijas para decidir leer un libro?
Las recomendaciones y el género. Simplemente hay géneros que no leo, no me gustan y por tanto no compro ni leo ese tipo de libros, y de entre todos los géneros y subgéneros que sí leo, me fijo en las recomendaciones de ciertas personas que sé que tienen buen criterio.

6.- Vivimos en el mundo de la hiperconexión. ¿Utilizas las redes sociales? Cuáles son las que te parecen más interesantes y por qué.
Mucho, soy muy activa en redes sociales. Creo que son el único modo de dar a conocer nuestro trabajo. Cada red hay que utilizarla de distinta forma, Twitter tiene una vida más corta, los tweets desaparecen muy rápido pero para hacer publicidad va muy bien si cuentas con buenas imágenes y contenidos. Facebook me gusta más porque hay un contacto más directo y personal con las personas y creo que se ajusta más al perfil de lector al que le pueden gustar mis libros.

7.- ¿Eres escritora de día o de noche?
De noche y de madrugada. La cuestión es estar sola y en silencio.

8.- Aparte de la literatura, ¿qué otras artes te gustan? Cuéntanos un poquito cuáles y por qué (si es que hay un porqué).
Sin duda la música. No me imagino el mundo sin música. Tengo también varias amigas pintoras que me alucinan porque yo soy una negada con un lápiz o un pincel en la mano, se requiere una destreza y una mirada especial. La fotografía también me gusta muchísimo, yo soy de las que lo fotografía todo jajaja.

9.- Te pido ahora unas respuestas rápidas

a) ¿Nos recomiendas un libro?
Imposible… ¿solo uno? Te puedo decir que ahora me estoy leyendo a Dulce Chacón y su “La voz dormida” y acabo de leer “El cuaderno dorado” de Doris Lessing. Cualquiera de ambos puede ser una buena lectura.

b) Un personaje literario que sea inspirador para ti.
Clara, de “La casa de los espíritus”, es un personaje que me encanta.

c) ¿Qué género literario te apasiona más?
Narrativa contemporánea e hispánica.

d) ¿Eres de radio o de televisión?
Siempre me encantó la radio, sobre todo aquella radio nocturna que se hacía hace veinte años y que evoco en el libro “Rosa de los vientos” aunque ahora son todos programas deportivos y como que ya no es lo mismo… la tele casi no la veo a no ser series o películas.

e) ¿Mar o montaña?
Mar en invierno y montaña en verano.

f) La última cosa que te haya sorprendido tanto que todavía la recuerdes.
Creo que he perdido la capacidad de sorpresa para las cosas grandes… sí que me sorprenden los pequeños detalles que nadie parece ver. Hace poco aluciné viendo a una hormiga arrastrando una semilla el doble de grande, te lo juro… tuve que grabarlo con el móvil y lo subí a Instagram porque me pareció increíble. Soy muy rarita.

g) Una canción o cantante que tenga para ti un significado singular.
Oblivion de Piazzola. Me encanta… esa pieza me transporta y no sé decir por qué, pero se me lleva muy lejos cada vez que la escucho. Por lo demás, tengo una banda sonora en mi vida tan extensa que una canción al uso no te la podría decir.

10.- Para terminar, me gustaría que definieras una escena lo más cercana posible a tu felicidad.
Yo, sentada al amanecer frente al portátil y frente al mar, escribiendo y con una taza de café humeante sobre la mesa. 

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