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martes, 19 de julio de 2016

Lo imposible (Kemal Atatürk)

Lo imposible


Kemal Atatürk enseñando el nuevo alfabeto (1928).

Creía firmemente en la revolución que había iniciado, escrita con renglones de historicidad imperecedera. Siglos de imperio Otomano parecían imposibles de cambiar antes de comenzarla, pero gracias al sueño de un mundo mejor, más igualitario y democrático Kemal había lanzado a todo un pueblo a una transformación sin retorno.

Semejante labor requería en ocasiones cierta radicalidad, a pesar de la cual creía haber podido evitar la violencia en términos generales.

Desde el comienzo, fijó su pilar ideológico en la creación de un sentimiento patriótico junto al ideal humanista más elevado.

Tras cinco años de gobierno, desde la fundación de la moderna república Turca en 1923, las reformas fundamentales habían ocupado todo su tiempo y esfuerzo. Las prioritarias ya habían sido instauradas: el cierre de las escuelas religiosas y abolición de la sharía (ley religiosa), la adopción de una constitución democrática y la prohibición del fez (típico sombrero otomano), y el velo, introduciendo la vestimenta occidental.

Las reformas laicistas continuaron con la adopción del calendario occidental gregoriano, la elección de un código civil inspirado en el modelo europeo que terminó con la poligamia y la aprobación del matrimonio civil.

Sin embargo, faltaba el cambio más difícil, el cultural. El Islam había ordenado el pensamiento del pueblo de forma unidireccional durante siglos, algo que costaría un esfuerzo enorme modificar. La mentalidad humana es terca y conservadora por naturaleza y Kemal no alcanzaba a conseguir una herramienta que le ayudase.

Sesiones y debates con sus más ilustres politólogos e intelectuales, le llevaron a una conclusión que, por su simplicidad, parecía inverosímil: Crear su propio idioma.

En la última reunión de gobierno, decidieron abolir el uso de la grafía árabe, remozar su vocabulario aglomerando términos del Islam, la antigua Persia y la Turquía pre-otománica y crear un lenguaje propio utilizando la grafía latina: El idioma turco.

Impondría por ley la asistencia a la escuela a todas las personas con edades comprendidas entre seis y cuarenta años para aprender el nuevo alfabeto y obligaría a todos a adoptar un nombre y apellido basados en el nuevo alfabeto.

La aprobación de la ley estaría lista el 24 de Mayo de 1928, fecha en la que su gabinete de prensa convocaría a todas las televisiones nacionales e internacionales, los portales de televisión online de todo el mundo y los confidenciales digitales a una rueda de prensa en la que explicaría la que sería la revolución cultural más espectacular que jamás daría el siglo XX.

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sábado, 9 de julio de 2016

Una lágrima para la eternidad

La primera lágrima resbaló por su mejilla y se detuvo en la barba de una semana tras lanzar las cenizas al mar en la ensenada de Moni.
La certidumbre de no ver a su abuelo Yeray nunca más le hizo sentirse huérfano por primera vez a pesar de haber perdido a sus padres en un accidente cuando tenía dos años. Él le enseñaba a dibujar, le ayudaba a mezclar con serenidad los colores y a buscar una perspectiva diferente. Después de cursar Bellas Artes y desarrollar su interés por el Naturalismo, consiguió una beca de posgrado en el MOMA de Nueva York. La distancia fue dura para Yeray y su salud emocional unida a su edad avanzada lo debilitó. Cuando Ayoze regresó a Tenerife, avisado por el hospital, su abuelo se encontraba ingresado ya en la UCI aquejado de un ictus que le había paralizado el lado derecho. La enfermedad se complicó con una neumonía y a la semana de regresar, su abuelo falleció.
Personalidades del mundo del arte acudieron al sepelio y ofrecieron sus condolencias a Ayoze. Yeray, que había adquirido cierto renombre, cedía en su testamento todos sus cuadros al Gobierno de Canarias, salvo los catalogados en la serie Naturaleza Canaria, que dejaba a su nieto, junto con la casa y demás propiedades. El museo creó una exposición permanente que tuvo notable éxito y Ayoze fue entrevistado en televisión en muchas ocasiones para explicar la obra de su abuelo. En una de ellas acudió al plató el director del Museo del Prado y lo invitó a comer. Charlaron de pintura, de historia, de las relaciones humanas y de su propio currículum y Ayoze obtuvo una oferta de trabajo. Le costó algunas noches separarse de sus recuerdos pero estuvo seguro de que Yeray habría querido que él trabajase en un museo tan importante, así que aceptó la oferta y se mudó a Madrid. El trabajo en el Prado fue estimulante. Conoció a artistas multidisciplinares y se unió al grupo que había conformado una tendencia artística denominada Panteísmo naturalista. Su filosofía se basaba en la defensa de que los cuadros eran instrumentos de comunicación de la naturaleza con el mundo humano. Al principio le parecieron un poco raros. Las ideas que defendían le sonaban a serie B, hasta que conoció a Christine, una escritora que había desarrollado en ese ámbito su obra literaria. Congeniaron enseguida y a los pocos meses se enamoraron y se fueron a vivir juntos. Con el tiempo, Ayoze llegó a ser un claro defensor de aquella filosofía, en la que se adoraba a la diosa Naturaleza y participó en debates en los que explicaba sus postulados.
Durante años fue incapaz de viajar a Tenerife. Todo le recordaba a su abuelo Yeray y era tan fuerte el dolor que sintió cuando murió que jamás pudo reunir el valor de regresar. Durante todo ese tiempo con su creatividad y la técnica que su abuelo le enseñó desde pequeño, creó lienzos de hiperrealismo naturalista, minuciosamente detallados y obscenamente vitales que conformaron una obra extensa y reconocida en todo el mundo artístico.
Un día, cuando comenzaba los trazos de una serie sobre las especies de Tenerife, su mano quedó paralizada. Creyó que se le había quedado dormida por una mala posición y agitó el brazo para que la circulación sanguínea continuase de forma normal, pero no mejoró. Los dedos quedaron rígidos y él aterrorizado por un presagio: le estaba ocurriendo lo mismo que condujo a su abuelo a la muerte. Christine lo llevó de urgencia al hospital donde le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa e incurable que lo paralizaría poco a poco. Supo que pronto sería incapaz de pintar y sintió un vacío vertiginoso que lo condujo a su infancia. Decidió ahuyentar a sus monstruos y regresar a Tenerife para reunirse con sus recuerdos y con su abuelo Yeray. Christine pudo al fin visitar el hogar del que tanto había oído hablar. Ventilaron bien las estancias, dejaron que el sol regase las paredes de cada habitación y en una mañana dotaron de savia a aquella casa maestra que había latido con su dueño durante tantos años. Acudieron al taller de pintura. Allí guardaba Ayoze la serie Naturaleza Canaria que su abuelo le había dejado en herencia y a la que nunca prestó demasiada atención. En la sobremesa recuperaron los lienzos y los destaparon uno a uno. Se trataba de doce pinturas al óleo que representaban un único motivo de la geografía canaria: el Drago Milenario de Icod de los Vinos. Todas mostraban una imagen del árbol, majestuoso, con distintos cielos y orientaciones del sol. Y el mar, protector a su alrededor, le otorgaba un refugio circundante.
Ayoze y Christine quedaron epatados por la minuciosidad que Yeray había utilizado en la elaboración de los detalles, las pequeñas sombras, y sobre todo el relieve y la perspectiva, que dotaba a los cuadros de una realidad inusitada. Era como si estuviesen vivos y los rayos de sol impactando sobre ellos en aquella sobremesa los hacían todavía más reales. Los pusieron en orden e intentaron encontrar una coherencia. Tras varios intentos se dieron cuenta de que seguían un orden cronológico. Lo intuyeron por la posición del sol y fueron capaces de datarlos en el día veintiuno de cada mes del calendario gregoriano.
El Draco Milenario estaba situado junto a una casa desvencijada que ocultaba parcialmente el mar. La perspectiva elegida para los cuadros era tal que hacía que las sombras que el árbol proyectaba indicasen en cada lienzo en una dirección distinta. Ayoze imaginó que podían estar señalando algo. Cogió de inmediato lápiz y papel y copió burdamente los lienzos en hojas consecutivas extrapolando las líneas hacia donde apuntaba la sombra. Después las unió y observó que únicamente tres de ellas se cruzaban en un punto, situado a unos treinta metros de la pared oeste de la casa. Los dos se preguntaron qué representaría aquello. ¿Se trataba de un mensaje que su abuelo Yeray le había dejado? O ¿era la propia naturaleza quien había transmitido ese mensaje y había utilizado los lienzos de su abuelo para materializarlo? Esta última conjetura les convencía mucho, pues cumplía los preceptos de la filosofía que defendían.
Decidieron hacer una visita esa misma noche de madrugada, para evitar las miradas de los curiosos. Calcularon de forma aproximada donde indicaba la intersección de las sombras y observaron que correspondía a una zona ajardinada que estaba algo descuidada y sin iluminación, lo que les facilitaba la labor. Ayoze comenzó a cavar y cuando llevaba unos cincuenta centímetros de profundidad oyeron un ruido metálico. Animados por la adrenalina, aceleraron su proceso y observaron estupefactos que habían encontrado un cofre metálico de base circular. Lo sacaron a toda prisa y se apresuraron a volver a cerrar el agujero intentado que no se notase demasiado lo que habían hecho.
Estaban ansiosos, pero lo prioritario era salir del lugar para no ser vistos. Corrieron al coche y en apenas quince minutos se encontraban de nuevo en el taller. Limpiaron a toda prisa el cofre y descubrieron que la tapa mostraba una extraña caligrafía. En los lados, representaciones de la tierra y del mar y el resto de la caja estaba recubierto de motivos vegetales y hojas del Draco Milenario.
Decidieron grabar con el iPad todo lo que iba a acontecer pues se trataba de un momento histórico. Iluminaron la escena, se pusieron guantes para no deteriorar lo que hubiese dentro y procedieron a la apertura del cofre.
En su interior había algo envuelto en un papel de seda de color verde. Desenvolvieron aquel bulto y finalmente vieron que se trataba de un libro. Su título, La Sangre de Draco, recordó a Ayoze las leyendas que su abuelo le contaba sobre la savia del árbol, de color bermellón y al que se le atribuían propiedades curativas. Siempre creyó que eran cuentos legendarios que su abuelo le narraba para ayudarle a dormir. Sin embargo, entonces lo dudaba.
Ayoze y Christine inspiraron profundamente y lo abrieron. Parecía un tratado sobre las propiedades curativas de una pócima que se obtenía a partir de la savia, tras un proceso de condensación con raíces naturales de la isla, cenizas de lava en pequeñas dosis y otros componentes que ninguno de los dos pudo reconocer. Se quedaron extrañados y no supieron valorar si se trataba de la narración de una leyenda sin más o si tenía alguna base científica. Pero cuando pasaron a la primera página, pudieron leer una dedicatoria de puño y letra de su abuelo en la que le dejaba un mensaje inequívoco.
Querido Ayoze
Si estás leyendo esta nota, habré viajado ya al mundo eterno. Mi esencia se habrá fusionado con la diosa Naturaleza, la que hace respirar y crecer a los elementos de nuestro planeta. Lee con detenimiento este libro. Te dará vida y te ayudará a comprender que todos los seres vivos estamos conectados por una energía vital. Es el Draco Milenario su portal de acceso para los que transitáis por la vida terrenal. Sigue los pasos que te indico y tu salud mejorará pues estarás conectado con el origen de la vida.Yo siempre seguiré contigo, mi alma forma parte del todo y por tanto también de ti.
Tu abuelo, eternamente contigo.
Ayoze había comenzado a llorar y cuando la primera lágrima descendió por su mejilla recordó el lanzamiento de las cenizas en la ensenada de Mori. Allí pensó que jamás podría comunicarse con él. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba equivocado. Supo que algún día, cuando él muriese, podría reencontrarse con él en la eternidad.                   

sábado, 2 de julio de 2016

Cualquier tiempo pasado fue peor


¿Las siglas eran LGBT, LBTG o cómo? Preguntó Alberto a su abuelo Pablo.
Creo recordar que eran por este orden: lesbianas, gays, bisexuales y al final transexuales respondió él.
¿Estás convencido de que este tema es el mejor que podías haber elegido? Al fin y al cabo la mayoría de los estudiantes no van a saber de qué hablas.
Créeme, el pueblo que no conoce su pasado está condenado a repetirlo, y eso es algo que no debemos permitir sentenció su abuelo.
Alberto terminó de revisar la ortografía y el formato del texto que había escrito su abuelo Pablo para la conferencia que daría el lunes siguiente en el Instituto Goya de Zaragoza, en el que cursó sus estudios cuando era adolescente. Se cumplía el segundo centenario de su fundación y había sido invitado a dar una charla a los jóvenes estudiantes que en el año en curso, 2045, cursaban sus estudios de secundaria.
Su carrera de escritor, sociólogo y político le había proporcionado importantes éxitos en el mundo editorial, entre las organizaciones de lucha en defensa de la igualdad y en la política aragonesa. Los últimos años de vida profesional se volcó en su responsabilidad al frente del departamento de sociología de la Universidad de Zaragoza y cumplidos los ochenta, ya retirado de la primera línea política y académica, continuaba impartiendo charlas de historia y sociología cuando le invitaban.
Durante décadas abanderó la lucha por la consecución de derechos y libertades del colectivo LGBT del que formaba parte. Participó en casi todas las marchas del orgullo gay que se celebraron en la capital aragonesa, asistió a manifestaciones en pro de la igualdad y llegó a entrar en política para poder defender sus propuestas en un marco legal.
Fueron tiempos de cambio. Al principio sus ideas eran minoritarias, criticadas y en tantas ocasiones vejadas. Los ochenta y sus excesos conformaron la base necesaria para dar a conocer la lucha. El fin del siglo XX aumentó la aceptación por parte de la ciudadanía pero continuó hablándose del movimiento como algo marginal.
Pablo comprendió que su batalla estaba mal enfocada. En muchas ocasiones era criticado incluso por los suyos, que le reprochaban no aceptase llevar a cabo medidas más radicales de acción pública y, sobre todo, que no fuese él mismo homosexual. Él estaba de acuerdo en que para conseguir un pequeño avance debía que intentar uno exagerado. Pero, al mismo tiempo, siempre defendió la normalización como meta en sus propuestas.
El siglo XXI y las nuevas generaciones que habían nacido ya en democracia trajeron los mejores años del colectivo LGBT. La homosexualidad se aceptaba, dejó de ser considerada una enfermedad, se crearon los hoteles gay friendly, se puso incluso de moda. Los famosos hablaban de sus experiencias en ese sentido y la política avanzó en paralelo a la sociedad. Un tal Rodríguez Zapatero, allá por el lejano 2005 fue el adalid de ciertos logros históricos, sobre todo de la aprobación del matrimonio homosexual que ningún gobierno posterior tuvo el valor de derogar.
Pero aquello seguía siendo discriminatorio puesto que era necesario tener una ley que defendiese ciertos derechos frente a una gran mayoría de ciudadanos que no necesitaba tener dicha ley que defendiera los suyos.
Pablo discutió esto mismo en muchísimas ocasiones con sus compañeros de partido y colegas. El hecho de que esa ley existiese era, en sí misma, una discriminación (sí, una discriminación positiva, pero discriminación al fin y al cabo). Y, que el propio colectivo LGBT existiese, también lo era.
Comenzó entonces una lucha suicida. Empezó a defender que debería dejar de existir. Sólo cuando ello ocurriese podrían afirmar que el proceso de normalización había terminado. Sus compañeros lo criticaron y lo desautorizaron en muchas ocasiones, acusándolo de haber adoptado una mirada “heterosexual”, como si semejante concepto pudiera existir. Sin embargo él no cejó en su empeño, convencido de que era el único camino.
Criticó cuantas veces pudo las declaraciones de homosexuales y lesbianas dedicados también a la política o presentes en la vida pública, tan pronto hacían mención a que lo eran, y vapuleó dialécticamente a quienes no entendían sus argumentos. Con el arma de las redes sociales en los años 2010, su popularidad comenzó a crecer de forma sustancial y llegó a convertirse en un fenómeno viral.
En la segunda década del siglo XXI sus propuestas fueron calando poco a poco hasta tal punto que el número de afiliados al colectivo LGBT se redujo a algo testimonial. Cuando su fundador en España murió, en 2031, decidió que abandonaba la lucha virtual y real por sus ideas pues ya casi nadie necesitaba reivindicarlo ni luchar contra la discriminación de ninguno de sus antiguos integrantes.
Cuando le llegó la propuesta del director del Instituto para que hablase sobre un pasaje de la historia reciente, no supo decidir sobre qué tema versaría su conferencia. Sin embargo, una tarde conversando con su nieto Alberto, que le ayudaba con la edición e impresión de sus textos, le llamó la atención que ni siquiera supiese lo que fue el LGBT y decidió escribir sobre ello.
Su nieto le colocó en la mesa el documento editado y finalizado que comenzaba con una frase demoledora:
CUALQUIER TIEMPO PASADO FUE PEOR